Capitulo 15

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Fue Roberto Blundel, quien lo arregló todo. Es judío por la madre y con la perspectiva del negocio proyectado, habría hecho más por tenerme contento, si yo lo hubiera exigido. Ibamos juntos el día que la encontré por primera vez y me quedé maravillado con su belleza que le valió hasta hace dos años la protección de un miembro de la familia real. Parece que Blundel y ella son viejos amigos y me supongo que algo llegará a su cartera de cuero de caimán y esquineras de oro, de la fuerte suma que le entregué previamente con la condición de que todo se haría de acuerdo con mis deseos.

Al penetrar en la alcoba la sangre me encendía las mejillas y me zumbaba en los oídos y vi a la sombra de las cortinas verdemar de azulosos cambiantes el oro del amplio catre y las blancuras de espuma y de nieve de donde emergía el busto, con el seno desnudo casi mal oculto por la abierta camisa de batista, todo alumbrado por la luz de una lamparilla eléctrica que fingía milagrosa flor de luz sonrosada entre las hojas de bronce que la sostenían a la cabecera del lecho. -"Ven"-, me gritó sonriendo y mostrando entre los rosados labios el esmalte de la dentadura maravillosa; -"ven"-, y tendió los brazos, esparciendo en el ambiente el olor de una mata de rosas que sacude el aire tibio de la primavera.

-¡Sí! Ve-, me gritaban los glóbulos de la sangre encendida por el deseo, los nervios tendidos por la continencia de tres meses, los músculos vigorizados por la castidad -¡ve, sacia tu sed en ese puro vaso de nácar que quiere sentir sus labios, bésalos, sáciate, hártate, agoniza de voluptuosidad en sus brazos en un espasmo de interminables vibraciones!...

Separándolos de los de ella, volví los ojos hacia el fondo oscuro de la alcoba, donde la sombra se aglomeraba resistente a la luz eléctrica por el color sombrío de los tapices, y di un grito... Acababa de ver unidas, en lo alto del muro, como en una medalla antigua, el perfil fino y las canas de la abuelita y sobre él, el perfil sobrenaturalmente pálido de Helena, en una alucinación de un segundo.

-¿Por qué gritas?... -preguntó, sin que desapareciera de sus labios frescos la sonrisa deliciosa de voluptuosidad que los arqueaba... ¿Por qué gritas? lo que está caído ahí sobre la alfombra es un ramo de flores que recibí hoy de Niza, recógelo, tráemelo y bésame -agregó reclinando los rizos rubios de la hermosa cabeza sobre el olán de los almohadones.

Recogí el ramo, que no había visto antes y con él en la mano me acerqué al lecho, donde el torneado brazo, blando y fragante circundó mi cuello.

-¡Eres hermoso! -dijo clavándome los ojos negros de acariciadora mirada y atrayéndome hacia ella-. Eres hermoso, pero, ¿por qué miras esas flores con ojos de loco? son unas flores que me trajeron de Niza y las había olvidado ahí... ¡Mira la mariposita blanca que se vino entre la caja!- gritó mirando el insecto que emprendió vuelo por el aire de la alcoba perfumada y tibia.

Pretexté un vértigo y me despedí besándole las manos con que me detenía y trayendo en las mías el olor de las rosas té que formaban el ramo, y en los ojos el aleteo de la mariposilla blanca, que volaba ahí en ese momento y en mis sueños hace cuatro noches, cuando en pesadilla de indecible horror, rodaba yo al fondo del abismo vertiginoso.

Helena venía de Niza la tarde en que la encontré en Ginebra... Las frescas rosas del té del ramo que he tenido en mis manos esta noche, están atadas con la misma cinta de extrañas labores en forma de cruz que sujeta las del otro ramo que ya no es más que un cementerio de flores negras y marchitas entre la caja de cristal que las guarda. Al inclinarme para respirar el olor de las flores frescas, en la alcoba donde soñé dejar mi enfermedad gastando la savia acumulada en tres meses, alzó de ellas el vuelo la mariposa blanca de mí sueño, la mariposa del camafeo, porque las dos son una sola... Doy por sentado que fue una alucinación febril haber visto juntas las dos cabezas de los seres cuyas palabras y miradas me envuelven hoy en una trama de sombras, pero... ¿por qué estas casualidades que toman para mí la forma de un interrogante abierto sobre el misterio?... ¿por qué la cinta con la misma labor extraña de cruces entrelazadas; por qué estas flores nacidas en el mismo sitio que las otras probablemente, llegan, en el momento preciso, al lugar donde iba yo a envilecerme con un placer comprado, para no pensar en Ella?...

Temí la locura al salir de las orgías brutales de la carne y ahora el noble amor por la enigmática criatura que me parecía traer en las manos un hilo de luz, conductor que habría de guiarme por entre las negruras de la vida, ese amor delicioso y fresco que me ha rejuvenecido el alma, es causa de suprema angustia porque mi razón se agota inquiriendo los porqués del misterio que lo envuelve.

¡Si lograra verla, cambiar estos sueños que me enloquecen por la serenidad que esparcían en mi alma las primeras frases cambiadas con Ella!...

De Sobremesa - José Asunción SilvaWhere stories live. Discover now