4. El Heraldo

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HEDDA

La melodía del arpa me hace bostezar. Tengo sueño.

Con sólo oprimir un botón mando a dormir a todo aquel que no viva en Gran la isla, pero yo todavía no puedo irme a casa, Macabeos está escribiendo un informe para Eleanor y me pidió que lo apoye.

El control central del Heraldo está escondido dentro de una cúpula de la iglesia situada detrás del castillo gris. Desde aquí nos enlazamos con los altavoces y radios en toda Bitania. Pero debemos estar escondidos para que continúe siendo un mito de "dónde vienen las voces", y no corramos el riesgo de que rebeldes quieran tomar nuestras instalaciones.

—Ella piensa que no necesitamos dormir.

—Desde hace mucho tiempo la que no duerme es ella.

Eleanor está preocupada de que La H esté ganando terreno desinformado a los campesinos y demás adeptos a los rebeldes y, por ende, ridiculice más al Heraldo. El Heraldo es la payasada, perdón... la Secretaría de comunicación social del reino, y Macabeos y yo estamos a cargo de todo. Nosotros somos El Heraldo...Pero también somos La H.

Mi trabajo solía ser banal antes de volverme insurrecta: sesiones de fotos para publicidad engañosa; cobertura mediática (únicamente radio) de cumpleaños, bodas, convenios, mensajes gubernativos; y un poco menos aburrido: Reginam. Pero Macabeos me llevó un día a caminar "por ahí" y me confió la ubicación de una desusada y olvidada estación de radio e instalamos allí La H. Por así decirlo, nosotros venimos a ser nuestra propia competencia, y por eso nadie sospecha nada... o eso queremos creer Macabeos y yo.

—¿Cuándo la veremos otra vez?

—Mañana temprano. Dice que tiene ideas nuevas para Reginam.

—¿Va a hacer que una horda de pequineses hambrientos vestidos con tutus devoren a un Filio?

—No le des ideas.

La verdad nada me sorprendería de ella.

Macabeos podría ser mi abuelo, pero es mejor que eso, es mi maestro. Cada cana en su cabello es un laurel de sabiduría, mientras yo, Hedda, estoy prácticamente calva. No lo digo a broma, lo juro. Un día decidí cortar mi cabello y dejarlo más corto, incluso, que el cabello de un hombre; y empecé a vestirme como uno. Me gusta usar pantalones. Mi madre cayó desmayada, a Macabeos le afloraron más canas y dijo que cuando Eleanor me viera me enviaría al cepo. Pero por alguna razón no me importó. Conté con el apoyo de mis hijos y sólo eso bastó. El día en el que por fin acompañé a Macabeos al Salón del trono, Eleanor, contrario a lo que todos creían, se destornillo de la risa al verme, y dijo De alguien tenemos que reírnos. Y es así desde entonces. Algunos se ríen de mí. Otros me insultan. Algunos incluso piensan que estoy loca, pero no me importa. Y tal vez estoy loca... pero me siento cómoda.

—Estás muy pensativa hoy, Hedda.

—¿Te preocupa?

—Me preocupa, sí.

Sonrío con malicia. —Haces bien.

Estoy jugando con una moneda que tiene grabado el rostro de Eleanor Abularach, la miro y pienso ¿Cómo llegamos a esto?

Somos un reino irónicamente primitivo porqué si contamos con tecnología electrónica. Pero todo está debajo de esta torre, oxidándose. El padre de Eleanor, el anticuado rey Fabio, prohibió su uso durante su reinado y únicamente hemos logrado que Eleanor acepte de nuevo la cámara fotográfica y la radio. ¿Por qué? Porque Fabio no era estúpido. Él sabía que los medios de comunicación no sólo son un soporte, sino que también facilitan la divulgación de información que puede ser contraproducente a los intereses de los privilegiados y, ergo, poner en peligro el culo de la realeza. Una radio o una televisión en manos enemigas, como las mías, son un riesgo para la corona. Por eso razón, en un sótano, prácticamente en un búnker, tenemos escondidas cámaras de vídeo, luminiscencias, televisores, ordenadores y mierda y media más, que temo Macabeos olvide un día cómo utilizar. Todo está escondido, salvo el equipo de radio que nos auto robamos para La H.

Bitania está atrapada en una línea de tiempo que amalgama al presente con el pasado. Y no podemos caminar hacia adelante, sin dar dos pasos hacia atrás, si sólo dos o tres intentamos progresar. 

El futuro es sólo un espejismo si continuamos bajo las faldas de Eleanor.

¡Qué frustración!

Quisiera entregar un televisor a cada campesino que vive en el Callado para que mire en qué gasta la nobleza las monedas que les restan de los impuestos. Quisiera. Pero...

Tal vez sí...—¡Tengo una idea, Macabeos!

—Oh, no. Otra vez no —Macabeos masajea sus ojos, sabe que le espera un nuevo dolor de cabeza.

—Ganemos más terreno —suplico—. Podemos proponer a Eleanor colocar pantallas gigantes en la Rota.

Él me mira horrorizado: —¿Qué? No. Olvida eso.

—¿Quiere ideas nuevas? El público amará eso. Más de la mitad no habían nacido cuando Fabio prohibió todo.

—No.

Como si él no supiera que insistiré: —Date cuenta, Macabeos. Han repetido números últimamente. Las ideas se agotan. Necesitan algo nuevo para no aburrir.

—Hedda...

—Por favor. Pregúntale a Eleanor. Yo no puedo porque eres el jefe. Dile que podemos hacerlo, dile que has dado mantenimiento activo todo estos años y que tenemos allá abajo cuatro pantallas gigantes que todavía funcionan. Podemos colocar dos en la Rota.

—Ay, Hedda.

—Vamos —sigo intentando—. Reginam es el domingo y veremos a Eleanor mañana a primera hora. Si los soldados de la Guardia nos ayudan a trasladar todo...

—¿No te basta la radio?

No. Yo era una niña cuando un soldado de la Guardia me quitó mi televisor. Aún sueño con él, con el televisor, no con el soldado.

—Por más que diga algo cien veces por radio —digo—, si las personas no ven con sus propios ojos la injusticia, y no se dan cuenta de que han sido engañadas, no les perforaré las entrañas —Tengo que convencerlo—. Imagina poder mostrar a los campesinos las orgías y circo que montan esos cínicos en el castillo gris.

—Creo que voy a vomitar.

—Tú me metiste en esto, Macabeos. Piénsalo. Pasado mañana serán las pantallas gigantes en la Rota, después colocaremos una en la plaza de la reina. Después televisores para todos. Y cuando se nos presente la primera oportunidad...

—¿No te da miedo?

No.

—Lo supera el hastío de ver todo en silencio. La H no es muda, Macabeos.

Macabeos sonríe orgulloso: —Los detractores de Eleanor ya pintarrajean Bitania con mensajes que escucharon en La H.

—Pero no es suficiente —sonrío esperanzada—. Vamos. Piénsalo. Los hemos despertado, pero continúan aletargados. Necesitan verlo todo con sus propios ojos.

—Si Eleanor dice que no...

—No insistiré, lo prometo.

Al menos no durante un tiempo.


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¿Qué les parece todo hasta ahora? La historia de Reginam la comparo con una montaña rusa. De momento vamos en subida :O ♥

 De momento vamos en subida :O ♥

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Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora