Capítulo II

1K 140 35
                                    

El pelinegro blandió una vez más su espada traspasando esta vez el abdomen del hombre que tenía en frente. El cuerpo inerte dentro de la armadura cayó del caballo en un golpe seco, un lago de sangre se empezó a esparcir por el suelo como una mancha que a su vez era absorbida por la árida tierra.

Guardó su espada dentro de la funda mirando con desinterés el rostro del joven que yacía muerto. Era un pobre imbécil como todos los que pensaban que podían matarlo con facilidad. Con una mueca de disgusto miró a su alrededor, entre aquel desastre  buscaba un indicio de vida para acabar con ella. Escuchó a lo lejos un grito aterrador que se vio ahogado en unos segundos. Kyuhyun estaba haciendo un buen trabajo. 

Las casas en llamas estaban creando una cortina de humo lo bastante alta como para llamar la atención de las poblaciones vecinas. Eso sería señal suficiente para que los Lee pensaran un poco mejor su propuesta, estaba siendo bondadoso con ellos al darles una oportunidad de unírsele y esperaba que la apreciaran.

 No iba a tolerar un pueblo que no se subyugara a su mandato, por su cuerpo corría la sangre de un guerrero dominante y tenía claro que iba a destruir aquello que se interpusiera en su camino. Como el reino de los Lee. Le hubiese encantado ir personalmente a esa aldea y matarlos uno por uno, pero su consejero de guerra tenía razón en decir que sería bueno tenerlos sometidos para obtener de ese modo una tierra productora, esclavos y guerreros. No podía andar por la vida matando todo lo que se moviera sin dejar algo para su provecho, o bueno, al menos esas habían sido las palabras de Shindong.

Además la idea no le sonaba tan mal, tener un pueblo productor y jóvenes guerreros era una gran ventaja, someter el reino era una buena estrategia. Lo único que le disgustaba de todo aquello era tener al hijo de esa familia, entendía el hecho de convertirlo en su esposo -era sabido su preferencia por los hombres, en especial los jóvenes- pero no quería tenerlo a su lado, bastante dolores de cabeza le causaban las estúpidas concubinas que le regalaban los feudales como para sumarle un esposo al problema. Acarició el filo de su espada, tal vez debía matarlo después de la noche de bodas.

 — Su majestad.

Se giró al llamado de su comandante de guerra, Kyuhyun montaba su caballo y en su mano derecha sostenía la espada que dejaba caer gotas de sangre.

— ¿Cuántos quedan? 

— Falta la parte del oriente— La voz de Kyuhyun sonó fuerte, firme—. Sólo unos pocos aldeanos han logrado huir, el grupo de Hangeng está entrando en cada casa para verificar que no haya quedado nadie.

Jong Woon sonrió.

—Este lugar me agrada para establecer una de nuestras aldeas.

— Sí, señor— Kyuhyun apretó la correa de su caballo inquieto, sentía que los ojos le ardían por el humo de las cabañas—. Aunque eso sucederá si los Lee aceptan el trato.

  — No importa si aceptan el trato— Dijo, con dureza intimidando al otro—. Si se niegan a unírsenos simplemente los matamos.

Kyuhyun guardó silencio temiendo decir algo inoportuno, sus años de experiencia junto al rey le enseñaron a conocer su temperamento y los momentos en que las palabras eran bienvenidas. Realmente lo lamentaba mucho por el hijo de los Lee, era mejor la muerte que estar con Jong Woon.

Dejó salir un suspiró y miró el desastre a su alrededor. Eso era lo que más odiaba. La manera despiadada y cruel con que Jong Woon se hacía de los pueblos ¿Cuál era el objetivo de expandir el reino? Tenía toda la riqueza que un día pudiera desear, tenía miles de soldados a su disposición y un pueblo al cual gobernar.

Matar o ser asesinado. 

En ese momento Jong Woon estaba próximo a entrar en guerra por el control, la alianza con los Lee significaría la unión de dos grandes reinos y el resto sería pan comido, bueno, sí así se le podía llamar conquistar los reinos faltantes.

i. El origen del amorWhere stories live. Discover now