Capítulo IV

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El pelinegro cruzaba la calle montado en su caballo a la aglomeración que se formaba a su alrededor, los aldeanos se empujaban entre ellos para alcanzar un puesto al frente y poder ver en primera plana a aquel hombre misterioso que los gobernaba. El equino junto a su amo daban un aire de prepotencia, de poder, de miedo, un aire capaz de asfixiar a quien se acercaba demasiado. La gente que delineaba el camino lo contemplaba con una mezcla de temor y respeto, sabían que cualquier imprudencia podía costarles la vida en ese momento.

Ttangkoma dirigía la caravana compuesta por más de quinientos soldados que entraban como hormigas por las puertas del reino. Los niños se movían con curiosidad entre los adultos tratando de ver aquellos hombres armados que eran considerados héroes y la vez el temor del pueblo. Los soldados se movían con orgullo sobre sus caballos, bolsas oscuras delineaban sus ojos producto del cansancio de un viaje de veinte días. Jong Woon andaba en medio del silencio, sólo se escuchaba el galope de los caballos sobre las piedras lisas. Los aldeanos se inclinaban a su paso y le dedicaban una mueca forzada, confundida; pero el pelinegro no determinaba aquellos gestos, se mantenía firme en su convicción de mirar al frente e ignorar a ese pueblo fiel y agradecido que había jurado proteger un día.

Al llegar a las puertas de su palacio Jong Woon fue recibido por unos vasallos, éstos se apresuraron -no sin antes hacer una reverencia- a tomar las correas del caballo mientras Jong se bajaba, lo desmontaron con sumo cuidado y lo condujeron a los campos destinados para su descanso. Otros tomaron el poco equipaje que llevaba y desaparecieron como moscas dejando sólo el polvo.

Los soldados empezaron a bajarse de sus caballos y entregaron los equipajes a los sirvientes que aparecían de todos lados; los objetos de valor obtenidos eran entregados a un grupo selecto que se hallaba bajo el comando de ShinDong para hacer la contabilidad. Las jóvenes aldeanas miraban desde las terrazas de sus hogares, otras eran un poco más atrevidas y se escondían entre las sombras para ver a los hombres tras las armaduras. A medida que iban terminando el ritual de desembarazarse de los objetos, los soldados empezaron a dirigirse a sus respectivos hogares o en su defecto al conjunto de casas destinadas para ellos, los hombres de la guerra.

Jong Woon, al contrario de sus hombres, no se apresuró para ir descansar, sin decir nada cruzó las puertas del alto muro dirigiéndose a su destino. Antes sus ojos apareció un inmenso palacio alzado por tres plantas en todo el centro, a su alrededor se encontraban otras tres casas de una planta con gran extensión, cada una se hallaba en un punto cardinal separadas por una distancia considerable que sólo Jong Woon podía cruzar. La casa del sur era destinada a las diez concubinas, en la oriente se hallaba la sacerdotisa del reino y en la occidente residían las ancianas que habían sido concubinas de sus antecesores.

Todo el sitio estaba protegido por un alto muro al cual sólo se sobreponía el palacio del Jong Woon. El muro había sido creado con la intención de resguardar a las mujeres de las miradas de hombres lujuriosos, aldeanos malintencionados o intentos de fuga, porque sí, una vez que una mujer cruzaba esas puertas no podía volver a salir, su vida se reducía a complacer al rey hasta el día de su muerte. 

Se dirigió a la casa ubicada en el punto donde se ocultaba el sol, allí en la puerta se hallaban dos soldados, estos apoyaron una rodilla en el suelo e inclinaron su cabeza. Jong Woon pasó por en medio de ellos y se apresuró a travesar el laberinto de pasillos hasta llegar a la habitación principal. Al abrir la puerta se encontró con una habitación lúgubre en la cual se hallaba únicamente con una hermosa mujer arrodillada, su cabello castaño le llegaba hasta los hombros, sus finos labios tenían un tenue pigmento rosado y sus ojos castaños parecían un par de almendras que brillaban, vestía un hanbok de falda rojiza que resaltaba las delicadas líneas de su cuerpo ¿Cómo podía ser sacerdotisa? Jong Woon se apresuró a arrodillarse al otro lado de la pequeña mesa donde se hallaba la mujer. 

i. El origen del amorWhere stories live. Discover now