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Si había algo que Frieda odiaba más que a Adler era tener que viajar. Aborrecía volar, y más si se trataba de viajes largos. Aunque debería estar acostumbrada —pues había viajado a Alemania cada año—, y aunque adoraba a sus tíos Niko y Berta, la sola idea de volver al pequeño príncipe le daba dolor de cabeza.

Todo en él le molestaba, su risa —que según ella sonaba más insoportable que el sonido de su despertador a las cinco de la mañana de un lunes—, su mirada profunda que parecía estar siempre evaluándola y leyendo todos sus pensamientos, su simple presencia.

Llegaron al aeropuerto cerca de las diez de la mañana. Sus padres iban tomados de la mano unos pasos delante de ella, era increíble la forma en que se adoraban, ella los admiraba y los amaba, eran lo mejor que le había dado la vida. Su hermano menor, Samuel, caminaba a su lado emocionado, mirando todo como si fuera la primera vez que estaba allí.

—Me hubiera gustado que Gali estuviera aquí —murmuró. Galilea y Samuel eran primos y se llevaban pocos meses de diferencia. Ella era la hija de la mejor amiga de su madre, pero en ellos sí había funcionado eso de que se llevaran bien y fueran amigos, se adoraban y eran inseparables. Frieda suspiró—. ¡Vamos, Frieda! No puede ser tan malo —exclamó tratando de animarla.

La casa del tío Niko era grande, tenía patio, piscina, y dos habitaciones de huéspedes que siempre habían estado destinadas para ellos, pues eran los únicos que la ocupaban. En una dormían sus padres y la otra la utilizaba ella y su hermano, aunque él prefería quedarse en el cuarto de Adler, por los video juegos.

Cómo era de esperarse, apenas salieron de la zona de desembarque vieron a su familia alemana. El tío Niko tenía un ramo de flores que siempre le regalaba a su madre, la tía Berta traía un cartel que decía: «Willkommen» —bienvenidos en alemán—, y Adler tenía otro cartel que decía: «Hola, princesita». Frieda rodó los ojos con exasperación y Samuel negó con la cabeza mientras se contenía la risa.

Su madre y su padre abrazaron a la pareja de amigos y luego a Adler mientras ella abrazó a sus tíos. Luego Samuel y Adler se abrazaron, hasta que les tocó el turno a ambos.

—Hola, Fri —la saludó el chico a sabiendas de que odiaba que la llamara así.

—Hola, Frog —murmuró apenas. Ella había decido llamarlo así para molestarlo por algo que había sucedido cuando eran niños, pero a él le daba igual.

Mientras los adultos se ponían al día con los acontecimientos de sus vidas, Samuel y Adler hablaban sobre un video juego nuevo que había adquirido este último y, Frieda caminó detrás recordándose a sí misma que solo debía aguantar tres meses fingiendo que ese niñato perfecto le caía bien.

Y es que ese era el pacto que habían hecho cuando tenían diez y once años, habían prometido cumplirlo luego de un inconveniente que lastimó a sus padres, así que debían seguir fingiendo al menos delante de ellos.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora