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Frieda vio pasar los abrazos y las felicitaciones, oyó cómo había surgido la idea de ir a estudiar a su país, cómo Adler consiguió Universidad, y cómo sus padres pensaban que un viaje y conocer nuevas personas sería ideal para el chico. Ella solo podía pensar una cosa: «¿Cómo sobreviviría a una vida con Adler viviendo bajo el mismo techo?».

Mientras todos hablaban de los planes y almorzaban con tranquilidad, ella sintió que se le cerraba el estómago, apenas terminó de comer, pidió permiso y se levantó para ir a tomar un poco de aire bajo una sombrilla que estaba justo al lado de la piscina. Un rato después su madre se sentó a su lado.

—Parece que no te golpeaste tan fuerte —dijo ya que la había visto caminar como si nada. La chica se encogió de hombros—. Cariño, sé que por algún motivo la relación entre Adler y tú no es de las mejores y no lo entiendo, de verdad. Él es un chico tan dulce, tan bueno, tan...

—¡Basta, mamá! Por favor —interrumpió Frieda con impaciencia, no tenía ganas de escuchar lo perfecto que era Adler.

—Bien. De todas formas tienes derecho a sentirte así, pero debes saber que no puedo decirle que no. No puedo, ni quiero. Adler es como mi hijo, yo cuidé de él cuando era pequeñito, incluso podría afirmar que él despertó mi instinto de maternidad. Espero que comprendas que no estoy en posición de negarme a esto, sé que si tú quisieras venir, ellos te tratarían como una hija, como siempre ha sido—. Frieda asintió, su madre tenía razón y ella no podía decirle nada al respecto—. Entonces, cariño, tendrás que encontrar la forma de superar estas diferencias que tienen, él es un buen chico, estoy segura de que si le das una oportunidad verás que no es tan malo como piensas —añadió Carolina con ternura.

—Agh... ¿De verdad lo vas a defender? —preguntó la joven con exasperación.

—No lo estoy defendiendo, hija. Solo te pido que pongas de tu parte. No soy tan tonta, sé que él también te molesta, solo que es más astuto y entonces eres tú la que queda mal, a eso me refiero. Inténtalo, no es un mal chico, podrían encontrar la forma de llevarse bien o la casa se convertirá en un campo de batalla —añadió—. Dale una oportunidad. Siempre has dicho que odias que la gente te ponga etiquetas o te catalogue de una u otra forma, no hagas lo mismo tú. Déjalo ser y anímate a conocerlo mejor, por ahí terminan cayéndose bien —pidió y tomó con cariño la mano de su hija.

—Lo dudo, má... pero lo haré por ti —suspiró Frieda con resignación. No sabía cómo lo haría, pero no tenía salida.

Durante la tarde, los adultos —acompañados de Samuel—, salieron para ir a visitar a una amiga en común. Ni Frieda ni Adler quisieron ir, ella decidió encerrarse en su habitación a leer y escuchar música, sin embargo, sus planes se vieron truncados cuando el chico ingresó al cuarto.

—Como no puedes caminar te traje palomitas y refresco. ¿Vemos una película? —Frieda frunció el ceño, ¿qué estaba mal? ¿Por qué la repentina amabilidad?

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora