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Carolina despertó temprano como cada mañana, tenía planeado ir a correr, el tiempo estaba hermoso y el aire de esas horas siempre le servía para relajarse y meditar. Buscó su conjunto deportivo y entonces recordó que había dejado la parte de arriba secándose en el patio luego de lavarlo el día anterior. Fue hasta allí aún en bata e intentando no hacer demasiado ruido, todos dormían y la casa estaba en silencio. Sin embargo, las ropas que encontró tendidas al lado de la suya le llamaron por demás la atención. Estaba segura que era la ropa con que su hija había salido la noche anterior, y la camisa de Adler. Frunció el ceño extrañada, incluso estaba su ropa interior allí, aquello era extremadamente raro.

Primero porque habrían llegado de madrugada, ¿por qué la urgencia de lavar esas ropas? Además, ¿Frieda había lavado ropa? Eso era más increíble que todo aquello junto, ella podía odiar mucho a las princesas pero había sido criada como una y bien que en ese sentido le gustaba. Solía pelear para que la ayudara con las cosas de la casa, pero lavar ropa, eso era demasiado.

Caminó hasta el cuarto y la encontró profundamente dormida, se acercó y vio que estaba vestida con su pijama, la miró desde varios ángulos tratando de encontrar algo raro en su hija. Ella no era una madre sobreprotectora y sabía que Frieda tenía mucho por vivir aún, sin embargo tampoco vivía en una burbuja, sabía bien las cosas a las que uno podía enfrentarse en la juventud, ella misma había vivido de todo en carne propia y no estaba dispuesta a dejar que su hija se perdiera en vicios y destruyera su vida como lo hizo ella a su edad. Por eso desde que nació se prometió a sí misma ser una madre presente y tratar de estar al tanto de lo que sucedía en la vida de sus hijos.

Se acercó como para besarla en la frente y olió el hedor de su cabello. Entonces lo supo, había tomado... y si lavaron la ropa era para borrar toda evidencia. Aquello no le parecía ilógico y sabía que en algún punto sucedería, aunque consideraba a Frieda aún muy joven y no le parecía fácil cuando se trataba de su propia hija, ya que despertaba el temor de que cayera en los vicios de los cuales ella misma fue presa.

Salió de la habitación y se fue a su rutina de ejercicios, a ver si pensaba en cuál sería la mejor forma de abordarla luego. Dejó que el viento fresco la terminara de despertar y le disipara la angustia, debía confiar en Frieda.

Cuando volvió todos estaban levantados desayunando, todos menos Frieda. Adler traía los ojos hinchados y se veía cansado. Lo observó beberse su café y cuando se encontró con su mirada él bajó la vista, estaba avergonzado.

—Buenos días, Caro. ¡Ya estamos todos listos para partir! —dijo Niko entusiasmado, irían a un día de campo en familia.

—Bien, iré a darme una ducha rápida y a cambiarme —añadió sonriendo.

—Despertaré a Frieda —dijo Rafael pero su mujer lo detuvo.

—Quédate, lo hago yo —sonrió y luego dio una mirada más a Adler, eso fue suficiente para que él supiera que ella los había descubierto.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora