Capítulo 17

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Lo que más amo de ella son sus ataques de locura. Pero hay más.

También amo la forma en la que arruga su nariz cuando ríe. Pero hay más.

Amo la forma en la que me mira, como si me admirara. Eso me encanta.

Pero lo que más amo de ella, es que sin importar dónde y con quién esté, siempre es ella misma.

Pero hay más.Andrea no tiene miedo de saltar, reír, bailar o decir lo primero que se le venga a la mente. Es como si tuviera una canción en Replay dentro de ella.
Cuando llegamos a su casa su mamá nos está esperando.

Andrea la saluda:
—Mamá, él es Oliver —dice, mirándome con devoción, como si le estuviera presentando a la mejor persona que conocerá jamás.

Intento estrechar la mano de la señora Evich, pero ella la rechaza y en lugar de eso me abraza. Menos mal (por lo de la mano mala). También me da un beso en cada mejilla. Wow, ya veo de quién heredó Andrea tanta efusividad.

—Mucho gusto en conocerla, señora Evich.

—Oh no, no caigamos en formalidades. Dime Evelyn —pide.

Evelyn es increíblemente parecida a Andrea. Ah no, corrección: Andrea es increíblemente parecida a Evelyn. Tiene que ser así porque Evelyn es la mamá y Andrea es la hija y... Qué bien, una vez más estoy haciendo notar lo obvio.

—Entonces... mucho gusto, Evelyn. 

—Eso está mejor —Ella me mira como si yo fuera el yerno que siempre quiso tener. Vaya, estar con ellas hace bien a mi ego—.Tenía tantas ganas de conocerte.

—No es cierto —me resto importancia.

—¡Lo juro! —insiste—. Lo único que hace Andrea es hablarme de ti.

—¡Mamá! —se sonroja Andrea.

—Dice que eres el mejor.

—¿El mejor?

Me vuelvo hacia Andrea buscando ayuda.

—Es la verdad —se defiende ella, mirándome, una vez más, como si me admirara.

Me hace sentir especial, pero me vuelvo otra vez hacia la señora Evich. —Ella exagera, señora  —digo, como si me estuviera disculpando.

—Tonterías. ¿Te quedas a cenar? —ofrece.

—Me encantaría.

—Pero no he terminado de cocinar —lamenta, y de pronto me mira como si yo fuera la última esperanza en la tierra, cual Bruce Willis en la película Armagedón—. Quizá necesite un poco de ayuda.

Vacilo un poco —Yo...

—Puede que tú sepas cocinar...

—¿No puedes ser más obvia? —la regaña Andrea, avergonzada, pero vamos, también le divierte esta situación.

—Andrea me dijo que eres chef —confiesa Evelyn.

¿Chef? Jesús.

—Dios, no, señora...

—Evelyn —me corrige.

—Evelyn, Andrea exagera una vez más. Yo simplemente...

—Te dije que es modesto, mamá —me interrumpe Andrea.

—Y tan adorable —Evelyn apretuja mis mejillas—. Mira su carita de conmoción. Ya lo amo.

Supongo que tendré que acostumbrarme a tantas muestras de afecto.

En la cocina preparo la salsa para la lasaña mientras Andrea y Evelyn se encargan del queso.

—Qué casualidad que tenía todo lo necesario para hacer una lasaña —dice Evelyn.

—Sí, que casualidad, mamá.

Evelyn le guiña un ojo a Andrea y ella le lanza un beso como respuesta. Es obvio que comparten algún tipo de broma privada, y que tiene que ver conmigo. Intento cambiar de tema porque me sigue incomodando ser el tema de conversación:

—Andrea me platicó que usted organiza eventos.

—Sí, algo así —dice Evelyn—. Mi mamá, mi hermana Su y yo somos socias. Tenemos una empresa llamada El cisne.

—Pregúntale por qué se llama El cisne —me alienta Andrea.

—¿Por qué se llama El cisne?

—Déjame ver —Evelyn inclina su cabeza hacia un lado, fingiendo estar concentrada—.Porque los cisnes son bonitos —concluye.

—Es gracioso porque tardaron meses en decidir eso —cuenta Andrea.

Los tres reímos. Me siento a gusto con ellas.

—Era El Cisne o Las tres Linares —explica Evelyn—. Pero mamá odia su apellido de casada.

—La abuela es especial —dice Andrea.

—Ella empezó la empresa después de divorciarse de papá —continua Evelyn—. Su se unió cuando su esposo la dejó y yo le seguí por el mismo motivo. Somos mujeres progresistas que pretenden no depender de ningún hombre —finaliza, orgullosa.

—¿No son geniales las tres? —pregunta Andrea mirando con orgullo a su mamá—. ¿La abuela, tía Su y ella? Son algo así como las tres mosqueteras.

—Lo son —concuerdo.

—Nos va bien —sonríe modesta Evelyn.

Una vez la lasaña está dentro del horno, los tres nos sentamos a platicar. Andrea y yo intercambiamos una mira cómplice tipo Todo está saliendo bien. Le caigo bien a su mamá. Ahora me toca presentarle a papá.

—Los dos son jóvenes y recién se hicieron novios —dice Evelyn—. Sé que quieren que me vaya a la sala o a mi habitación para así poder estar solos, pero entiéndanme. No paso demasiado tiempo contigo, Andrea, y también quiero conocerte a ti, Oli.

—Pienso que es genial que esté aquí, señora... Evelyn.

Ella me sonríe agradecida. —Eres un tierno, Oli.

—La abuela y tía Su lo amarían en seguida —asegura Andrea a Evelyn y ella me mira con ojos maternales —Si. En cuanto a tu tía Di...

—Ni hablar, ella lo adora. Deberías escuchar cómo lo defiende —dice, Andrea, emocionada.

—Me apuesto a que sí.

Mis orejas arden. Una vez más intento dejar de ser el tema de  conversación:

—¿Su? ¿Di? ¿Son diminutivos?

—De Susie y Diana —explica Evelyn, como si recordara una anécdota graciosa—. Mi mamá es una mujer férrea que siempre trata de administrar bien su tiempo. Resumir el nombre de sus hijas incluye eso. A mí me dice Eve. Puedes llamarme así si quieres.

—No lo creo, mamá —Andrea apoya sus manos sobre la mesa y coloca su barbilla sobre estas. Insisto en que se ve tierna cuando hace eso—. Apenas y puede manejar lo de no decirte señora Evich.

—Dale tiempo —le responde Evelyn, sonriéndome.

Me siento tan cómodo con ellas que me quedo hasta muy tarde.



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La mala reputación de Andrea Evich ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora