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Frieda y Adler compraron víveres en un supermercado y luego de pasar por la casa en busca de una llave —que Adler no sabía qué abría—, siguió a la muchacha hasta la parada de buses donde subieron a uno que los llevaría al destino que Frieda había elegido.

Adler supo a donde estaban yendo apenas llegaron al sitio, era la casa de verano de la familia de Frieda, una enorme mansión que su tía había heredado de su padre hacía muchos años atrás. En esa casa ellos se habían casado y él y Frieda habían sido los cortejos. Sonrió ante los recuerdos que traía a su memoria ese sitio.

—¿Por qué venimos acá? —inquirió Adler mientras Frieda abría el enorme portón de hierro que circundaba la mansión.

—Porque me gusta este sitio y hace mucho no vengo... Me da paz —explicó la muchacha.

—Recuerdo que aquí es donde te negaste a ser mi esposa y rompiste mi corazón en miles de partecitas —dijo Adler sonriendo, Frieda rio también. Ambos recordaban aquella escena. Berta había enviado a Adler a buscar a Frieda pues la boda iniciaría y ellos debían llevar los anillos, el chico que en aquel entonces era solo un pequeño niño enamorado, la buscó y le dijo que ya era hora de que se casaran, la niña que colgaba cabeza abajo de uno de los juegos del parque dejando ver sus boxers de superhéroe, le dijo que nunca se casaría con él. Adler no entendía por qué ella lo rechazaba, estaba hermosa con su vestido blanco y aunque se había despeinado después de colgarse de los juegos de hierro, aun así le parecía bellísima.

—Eras un niño tan tonto, Adler —rio Frieda y entonces el chico la tomó de la mano y la detuvo.

—Eras una niña tan insoportable, Frieda —dijo el muchacho.

—Aun así querías casarte conmigo —respondió la muchacha acercándose un poco más a él.

—Es que me gustabas, soy algo masoquista, supongo —añadió.

—¿Te gustaba o te gusto? —preguntó la chica acariciando con deliberada intencionalidad la mejilla de Adler.

—Me gustas y lo sabes —admitió el muchacho.

—Entonces bésame —pidió Frieda y Adler rio.

—¿Recuerdas que quise besarte una vez y me hiciste besar a una rana que me dio alergia? —preguntó el muchacho y la chica rio asintiendo—. No te besaré hasta que beses a una rana primero... creo que es lo justo.

—No puedes hacerme eso, Adler —se quejó la chica alejándose un poco.

—Sí puedo. ¿Nunca oíste eso de que la venganza es dulce, princesa Fri? —inquirió siguiéndola hacia el interior de la mansión.

—Puedes olvidarte de ese beso entonces —afirmó la muchacha.

—Oh... pues ya me había olvidado de él cuando entendí que nunca me lo darías, parece que la que lo quiere ahora eres tú —bromeó el muchacho.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora