Prólogo

103K 4.6K 195
                                    

Noche posterior al décimo quinto cumpleaños de Robert Elric Van Helmont, heredero de la corona. Sótano del Palacio Real, 00:30 horas.

—¿Todos han entendido lo que vamos a hacer? ¿Lo que significa? —Preguntó Geraldine fuerte y claro para que nadie dejara de oírla.

—Yo no me quiero lastimar el dedo, Dina —dijo Ryden con una mueca mirando la aguja que la rubia tenía en la mano.

—Ni siquiera sabemos si eso está desinfectado —Se quejó Charlotte apareciendo a su lado sacudiendo su cabello castaño rojizo hacia atrás —. ¿Cómo se que tú no tienes bichos que se metan en mi sangre cuando me clave eso?

Todos alrededor suspiraron.

—Nadie está infectado, Char —Robert intentó calmarla, a diferencia de su hermana, él quería terminar con aquello, y rápido. Odiaba las fiestas, especialmente cuando era el centro de atención. No le molestaba ser cordial con todos, pero las fiestas definitivamente lo abrumaban. Y después de la que sus padres le habían organizado, o más bien su hermana mayor, necesitaba descansar y estar solo por el resto de la noche, y las alocadas ideas de Geraldine no se lo estaban permitiendo.

—Pero Rob... —Insistió la castaña, y fue interrumpida por su primo.

—¿Podemos terminar con esto Geraldine? —Gritó Bradley, hijo mayor de Zoe, hermana de Brianna Van Helmont, actual reina–. Tengo una cita en un rato.

Charlotte soltó una carcajada.

—Eso si no le digo a tu mamá primero, pobre tía Zoe, todas esas niñas estúpidas con el peor de los gustos llorando en la puerta de su casa o acosándola en todas partes y diciendo que son tus... novias, pero tú no has vuelto a llamarlas como prometiste... No imagino que esté muy contenta con eso, y mucho menos, de saber que sigues acumulando números a la lista —amenazó alzando las cejas, con una sonrisa triunfal.

El rubio le dio una mirada glacial.

—Inténtalo y verás —Le apuntó.

Geraldine aplaudió exasperada.

—¡Ya basta! No seas un bebé llorón Ryden o le diré a tu papá. Y tengo tanto bichos como tú Charlotte así que no te quejes.

Brad volvió al ataque.

—O quizás menos, tal vez deberíamos ser nosotros quienes tengan que tener cuidado. Imagina que se nos traspase su demencia...

—O tu promiscuidad —replicó Char apuntándole con un dedo.

Charles Ballas, uno de los mayores de los muchachos presentes rodó los ojos y se interpuso entre los dos.

—Terminemos con esto de una vez, muchachos —pidió.

Geraldine le dio una sonrisa gigante en agradecimiento.

—¿Dónde está el cáliz? —Preguntó.

—¡Aquí! —La levantó Amberly, hermana menor de Brad.

Los ojos de Charlotte se ampliaron y soltó un jadeo de horror alternando entre mirar el objeto que su prima levantaba en el aire y su hermana mayor.

—¡Geraldine! —Chilló—. ¿De dónde has sacado eso?

Dina se encogió de hombros.

—De casa, lo vi en algún lado que no puedo recordar y pensé que podría servirnos. ¿No es hermoso? Y además completamente apropiado, creo que es de oro. Necesitábamos algo así para una ocasión tan especial como esta.

Los ojos de la princesa ardieron.

—Tiene cientos de años de antigüedad, Geraldine. ¿Pero cómo ibas a saberlo? Nunca prestas atención a las cosas importantes. Es una reliquia realmente valiosa.

—No es como si fuésemos a venderla o romperla. Tranquila –Respondió con tranquilidad acostumbrada al difícil carácter de la chica. Luego se giró y llamó a todos los demás que estaban dispersos en aquella habitación tan extensa. Algunos charlaban, otros escogían música que hacer sonar y el resto solo daba vueltas esperando para poder salir de allí. —Todos diremos las palabras que están anotadas aquí –levantó una hoja para que todos la vieran–. Luego, volcaremos una gota de sangre en la copa con vino y la pasaremos al siguiente. Cuando el cáliz vuelva a mí, yo beberé un trago y la volveré a pasar ¿De acuerdo?

—Eso es muy asqueroso —volvió a murmurar la castaña siendo ignorada por los demás.

Las palabras del papel en el que había trabajado Geraldine iban sobre una promesa de unidad, respeto y fidelidad entre todos ellos. Jamás se traicionarían entre sí y siempre estarían dispuestos a ayudarse. Atacar a uno de ellos sería atacarlos a todos. Eternamente se defenderían y protegerían, sin importar la situación.

Los trece que se encontraban presentes siguieron las órdenes de la joven, la siempre autoproclamada líder y en menos de media hora, el pacto quedó sellado, para siempre.

***

Decimo octavo cumpleaños de Emalene McGregor. Fuera de las puertas principales del Morgan House, cerca del mediodía.

Emalene no sabía cómo debía sentirse con respecto a aquello. Al fin había salido de ese maldito lugar, pero no estaba convencida de que lo que le esperaba afuera fuese mejor que lo que había pasado dentro.

Tenía un único y gran objetico. Pero ¿y luego?

Sacudió la cabeza para quitarse esas ideas.

Lo primero era lo primero. Y lo más importante.

Sus padres estarían muy decepcionados de ella por dudar de esa forma. No descansarían en paz, no hasta que ella no vengase su muerte.

Por eso, tenía que hacerlo rápido. Siempre había soñado con una venganza lenta y lo bastante dolorosa para que todos sintieran su mismo dolor, pero esa era una opción muy egoísta. Su antigua niñera siempre se lo recordaba, eso no era por ella, sino por sus adorados padres que habían tenido ese final tan trágico e injusto.

¡Pero qué diablos! No importaba la extensión de tiempo que le tomase. Ella disfrutaría solo con verlos desangrarse y saber que dejaban de existir.

No abría compasión, ni lástima, mucho menos arrepentimiento.

Bésame o Dispara. #Descontrol en la Realeza 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora