Capítulo 21

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Lo peor no fue ver muerto a papá o sepultarle, lo peor fue volver a casa e intentar acostumbrarme a estar ahí sin él. Durante años mi rutina se acomodó a sus necesidades. ¿Ahora qué? 

Repito una y otra vez el vídeo que le mostré a Andrea, añorando una vida que no volveré a tener, y pienso: ¿A dónde van los recuerdos? ¿A la cabeza? ¿Al corazón? Que a veces aligeran las penas, pero otras veces duelen y pesan. Porque no me dolería ver esto de no saber que a partir de ese día, mi cumpleaños número siete, todo se va cuesta abajo a la mierda.

Me siento un completo desgraciado.
La muerte de papá y la visita de mamá sacaron a relucir lo peor de mi. Antes de hoy no tenía idea de cuánto odio y rencor guardo dentro. Y ser consciente de ello me hace sentir asqueado. ¿Soy hipócrita?
¿Quién es realmente Oliver Odom?

No me ausento del colegio para guardar luto. Siempre he odiado que la gente sienta lástima por mí, así que trato de demostrar que estoy bien.

Andrea está a mi lado, sostiene mi mano y me ayuda a alejar a personas indiscretas.
Acepté el pésame de la señora Di, pero no más. No más.
No puedo evitar estar a la defensiva. Inconscientemente aún trato de evitar que juzguen a papá.

—Sé que no estoy en tus zapatos —Andrea está regañándome por ser tan duro con mamá—. Pero hay algo que tengo muy claro: Siempre tienes que contar con alguien, Oliver. Y mejor si es uno de tus padres.

—Ese es precisamente el problema. ¿Por qué contar con ella justo ahora? —Ese tema me pone de mal humor—. Nunca ha estado conmigo. Huyó cuando más la necesité.

—Deja que ella cargue con esa culpa.

—Lo hago —digo, molesto.

—Pero no tienes derecho a juzgarla.
—¿Ah no? —hago una mueca de dolor. ¿Quién si no yo para decidir eso?

Andrea intenta cuidar sus palabras. —Ni siquiera le diste la oportunidad de explicarte.

Paso ambas manos sobre mi cara. Me siento cansado de esta situación. Muy cansado.

—Hoy estoy a la defensiva, Andrea —la detengo, intentando ser paciente. No quiero hablarle mal—. Cambiemos de tema, por favor. No hablemos de mis padres.

—Bien.

—Bien.

Le doy un beso en la mejilla para hacerle ver que todo está bien entre nosotros y ella en respuesta me da un apretón de manos. No voy a permitir que mi mierda arruine lo que tenemos.

...

—¿Oliver Odom? —me pregunta un chico de primer año, sosteniendo un pedazo de papel doblado a la mitad.

—Si —digo y él me entrega el papel.

Y se va sin esperar a que yo diga algo.

—¿Qué es? —pregunta Andrea.

—Averigüémoslo —digo, desdoblando la nota.

Te espero en cinco minutos en el salón de computación.

No está firmado.

—Quizás es de Beca —dice Andrea, observando la caligrafía en el papel—. Esa letra es de mujer.

En eso estoy de acuerdo con ella.

—¿Por qué me querría ver a solas?

Andrea bufa. —Sí, es raro siendo ella y yo tan amigas —dice, sarcástica.

Pongo los ojos en blanco y vuelvo a doblar el papel.
—No me interesa —digo—. No quiero hablar con nadie.

—Ve —me pide Andrea—. ¿Qué te acabo de decir sobre siempre contar con alguien? No te alejes de tus amistades por mí o por tus padres.

La mala reputación de Andrea Evich ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora