Capítulo 29: El cielo.

684 39 6
                                    

POV Dimitri

-Tiene que haber algo más, debemos seguir buscando.-

-Dimitri, cálmate, nadie ha sugerido que vamos a dejar de hacerlo. Pero, necesitamos también hacernos cargo de otras cosas.-

Resoplé con furia y di un duro golpe en el escritorio de Lissa que se exaltó por la impresión y me miró un tanto asustada. Una parte de mí sabía que ella tenía razón, toda nuestra sociedad, el mundo que conocíamos había sido convertido en pedazos y nosotros, lo que quedábamos del gobierno, teníamos el deber de encontrar la manera de volverlo a unificar.

En estos momentos de caos la más mínima distracción podría causar que lo poco que salvamos terminara por desaparecer. Aun así, a todo lo demás dentro de mí le daba lo mismo si el universo colapsaba o si no estaba haciendo lo que se suponía debía hacer. Toda mi vida, cada paso que di fue poniendo los intereses de los demás por delante de los míos, siempre el dhampir ejemplar, el modelo a seguir, el maestro zen como me llama Roza.

No hice nada de eso porque fuera lo que quería, ni siquiera porque creyera que era lo correcto. La verdad es que nunca antes había experimentado la dicha, la pasión de vivir. Jamás mi sangre había hervido hasta prácticamente evaporarse ni cada segmento de mi cuerpo o mi alma habían cantado sincronizados ante el simple recuerdo de algo o alguien.

Para mí vivir era sinónimo de servir, no conocía nada más, nada mejor, y, siendo un dhampir, la muerte era lo único seguro, aquello que sabía que tarde o temprano sucedería y sólo deseaba alcanzarla con honor. Ahora sólo tenía una certeza, no volvería a poner a nadie por delante de mí salvo a esas 3 hermosas criaturas que no sé cómo logré obtener. Roza, Mason y mi pequeña Lissa, ellos eran mi nueva prioridad y, aunque sonara egoísta después de que todos nuestros amigos y familiares arriesgaran su vida por nosotros, para mí ellos siempre serían primero.

-Dimitri...-

Su voz salió débil y temblorosa. Me fije en su rostro y pude notar las enormes ojeras debajo de sus ojos, su palidez poco usual, la enorme fatiga que reflejaba y su semblante de desesperación oculto tras esa pose de seguridad que había aprendido a fingir tan bien. Sentí una punzada de remordimiento por mi desplante, no era su culpa nada de lo que estaba pasando, al contrario. Llevábamos dos meses y medio desde la noche de la batalla y ni un solo día había dejado de ir a ver a Roza ni de investigar o tratar todo lo que tenía a la mano por hacerla volver, tampoco había abandonado a mis hijos y los atendía y protegía como si fueran suyos.

Lissa se estaba portando como lo que siempre dijo que era, la hermana de la mujer que amaba. Abe, Janine, mi madre, mi abuela y mis hermanas, Christian, Mia, Sonya y todos los demás habían seguido adelante con sus vidas lo mejor que podían. Al principio creí que estaban cansados y que necesitaban espacio pero después de unos días me di cuenta que realmente ninguno soportaba ver a Rose en ese estado, tenía sentido, siempre la habían visto sonriente, poderosa, indestructible, era su heroína, la persona que los había unido a todos y había logrado sacar lo mejor de cada uno.

No se habían alejado, trataban de ayudar con todo lo que podían y se turnaban para las investigaciones y demás pero sólo Lissa estaba permanentemente ahí. En estas semanas se había convertido, sin querer, en mi sostén y ahora que me notificaba que iba a retomar todos sus deberes como reina sentía que perdía lo único seguro que me quedaba, como si el hecho de perder en parte a Lissa simbolizara que se estaba dando por vencida y eso, a su vez, me pusiera un paso más cerca de no poder cumplir la promesa que le hice a Roza y ese pensamiento me resultaba insoportable.

Agaché la cabeza y sostuve mi mirada fija en la madera del escritorio, mis ojos ardían y la impotencia que sentía escapó en forma de lágrimas. Sentí como tomaron mi mano, alcé la vista y, si no me engañaron mis ojos empapados, Lissa también lloraba.

Nada es eternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora