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Capítulo 8: Invitaciones surreales

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Pues, mi arrebato de chica enloquecida me costó dos semanas más de detención

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Pues, mi arrebato de chica enloquecida me costó dos semanas más de detención. Era eso, o una suspensión de dos días.

Dejé caer mi trasero en una silla del aula y lancé mi mochila al suelo. Los góticos en los puestos contiguos me miraron con atención en cuanto estuve sentada, al igual que los demás estudiantes que se encontraban hoy en detención. Genial, supongo que el rumor de Dylan Carter perdiendo el control en la clase de Gimnasia ya se había propagado por toda la escuela.

Resoplé, tenía un dolor de cabeza tremendo y mi mano no dejaba de palpitar, recordándome una de las tantas consecuencias de darle un puñetazo a alguien. No era que me arrepentía de haberle demostrado mi odio al chico, créanme que no, pero me sentía emocionalmente drenada. Y, aún seguía preocupada por el tema del collar. No se me habían ocurrido demasiadas opciones para recuperarlo, o al menos, no una opción que descartara el uso de la violencia.

Hasta ahora, mi mente se encontraba en blanco.

Intenté distraerme en otra cosa, ya que pensar en eso empeoraba las punzadas en mi sien. Rememoré en mi cabeza la extraña conversación con Patch en su oficina. Al parecer, la inestabilidad mental de Hunter no era algo nuevo, ya que cuando le conté sobre su repentina afición por molestarme, él tensó la mandíbula y murmuró para sí mismo algo como:

—No pensé que me lo pusiera tan difícil a mí también.

Sacudí la cabeza, recobrando la compostura. 

Tal vez debería dejar de pensar en cualquier cosa relacionada al idiota por el momento. 

Me hundí más en mi asiento. Esto era difícil. Si hubiese tenido oportunidad de elegir cómo pasar mi último año, hubiera elegido un último año ahogándome en mi propia aburrición y nostalgia, en vez de un último año con un hijo de puta que me provocaba horas interminables de detención.

Apartando las infinidades de razones de mi odio hacia Hunter McLaggen, lo que me quedaba entonces era pensar... en mis chicos. Y lo tanto que los extrañaba. Y también en cómo pensar en ellos me llevaba a sentir un intenso nudo en mi garganta que la Dylan Sensible siempre tenía preparado para exteriorizar. Cada vez que dejaba que tomara el control de mis emociones, sentía un impulso de robarle dinero a mamá, comprar un boleto de avión y escaparme a Nueva Jersey o a Nueva York, refugiarme en el dormitorio de alguno de los chicos y rezar porque no me enviaran de regreso.

«Dyl, eso es un poco, demasiado, dramático, ¿no crees?». No, no lo era, no en ese momento. A decir verdad, estaba a un paso de un colapso nervioso.

«Entonces, recuerda que prometiste manejarlo por tu cuenta, así que eso no es una opción».

Cierto, esa no era una opción.

—Así que casi le rompiste la nariz al idiota. —Estaba tan sumergida en mis miserables pensamientos que no me había percatado de que tenía compañía.

The Senior Year (Secuela de She is one of the boys) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora