Capítulo 23

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Llego a casa de mamá a eso de las seis de la tarde vistiendo mi mejor traje . Me invitó a cenar y en agradecimiento traje el postre.  Y aunque debo admitir que no estoy del todo seguro de querer hacer esto, voy a intentarlo. Voy a intentarlo. Hay dos mujeres en mi vida ahora y quiero que todo marche bien con ambas. 

La casa de mamá es un poco más grande que la nuestra y por fuera se ve mucho más elegante. Eso me hace sentir incómodo. ¿Por qué me hace sentir incómodo? No lo sé. No sé qué nombre poner a lo que estoy sintiendo.
Toco el timbre y al instante se entreabre la puerta de madera con perilla de latón. 

—Hola, ¿quién eres? —me saluda una niña de unos siete años. 

Ella tiene una tierna sonrisa en su rostro. —Oliver Odom —digo.  

—¡Mamá, es mi hermano! —grita sobre su hombro.

Esa niña acaba de llamar mamá a mi mamá. 

—Déjalo entrar, Lucy —escucho que pide ella de buen humor y la niña me permite pasar. 

Lucy. Tengo una hermana pequeña que se llama Lucy. Al instante siento un agujero en el estómago pero decido ignorarlo. En el camino imaginé todo lo que humanamente posible podría salir mal y creo estar preparado.

—Hola, cariño —me da un beso en la frente mamá. En sus brazos sosteniendo a un niño de unos cinco años. 

Otro hermano. 

—Traje el postre —digo, y trato de poner un poco de distancia entre nosotros—. ¿Está bien? —pregunto, sintiéndome tímido. 

—Mejor que bien, no había preparado postre —sonríe ella. Se ve hermosa. Incluso más joven. No recuerdo haberla visto tan contenta—. ¿Te presento? —pregunta y asiento con la cabeza—. Ella es Lucy —miro a la niña que ahora me observa curiosa—. Él es Douglas —presenta al niño pequeño—. Y a mi espalda está Néstor.

Miro sobre el hombro de mamá y ahí está él. 

Néstor era amigo de mamá cuando ella aún estaba con papá. Una amiga de ambos los presentó en un fiesta de Navidad y desde entonces —en palabras de la amiga de mamá— se volvieron inseparables. Me consta. Néstor le ayudó en muchas ocasiones a mamá y facilitó su vida: hacía las compras de la semana, pagaba facturas, estaba pendiente de mis notas en la escuela. Él alivió la carga que significaba papá en la vida de ella, tanto que la separó de él. 

Néstor se acerca a mí y me extiende su mano con un gesto amistoso. La tomo con prudencia. Más que un saludo esto parece una declaración de paz. 

—Bienvenido, Oliver —dice invitándome a pasar del vestíbulo.  

—¿Ya quieres cenar? ¿Tienes hambre? —pregunta mamá. 


—Sí —miento. La verdad quiero que esto termino cuanto antes. Empecé a cuestionarme por qué vine y eso no es bueno—. ¿Qué hay de cenar?

—Ensalada cesar. Néstor la preparó —dice orgullosa ella y le dedica una sonrisa amorosa a él. 

Néstor hace una mueca de falsa modestia. —Yo no cocino tan bien como tu madre —dice travieso, abrazando a mamá por la cintura—, pero saco la tarea.

—Lo haces bien —lo codea ella.

Bien. Ya me quedó claro que se aman.

Yo sonrío, pero admito que me duele hacerlo. Saco mi teléfono móvil de mi bolsillo y me lío con él para no tener que verlos.
Me alegra ver que tengo un mensaje de Andrea. 

La mala reputación de Andrea Evich ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora