Capítulo #11 - ¡Asesinato!

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Aquata despertó desorientada, su cabeza dolía como cuando tienes una resaca muy grande. Recordó la última que había tenido una. Fue en sus cumpleaños número 15. Su padre la había llevado a Puerto Rico de vacaciones, y en el hotel bebió tanto, que corrió desnuda por todos lados. Terminó siendo llevada a seguridad y de ahí sin celular por una semana. Después de todo no fue su culpa, solo la de su padre por haberla dejado beber tan desenfrenadamente.

Se restregó los ojos y vio la claridad más el movimiento de las ondas del agua rodear su cuerpo pacíficamente. Estaba acostada sobre una concha, no había nadie cerca de ella. No recordaba absolutamente nada de lo que había pasado, y mucho menos como había llegado allí. Lo último que recordaba era la fiesta, y la pelea con Amanda. Tenía una hambre terrible, necesitaba comer. 

 Subió hasta la superficie, la mañana estaba clara, y montones de peces revoloteaban en la superficie. Uno que otro pescador paseaba en su bote tirando de la caña a cada ciertos minutos, y un buque de vapor dejaba su cola de humo en el aire.  

Aquata nadó hasta la orilla y se escondió detrás de unas piedras evitando ser vista mientras su grande y pesada cola se secaba. Amarró su pelo en una cola de caballo usando un mechón de su propio pelo, y luego se balanceó intentando no pisar rocas puntiagudas en dirección hacia la calle que daba hacia la carretera principal. Tomó la mochila de ropa y se vistió. 

No sabía que hora era, pero por el reflejo del sol, y el tráfico que había le decían que todavía estaba a tiempo para darse un baño y ir a la escuela. Pero, ¿dónde estaba Oceanía? Hacía tiempo que no la veía, bueno, ella solo recordaba el haberla visto en la fiesta, y luego de haber tomado aquella bebida, no recordaba absolutamente nada. ¿Qué era aquello de todos modos?  

Caminó hacia su casa y abrió la puerta, el olor a panes tostados inundaba todo el patio trasero. —¿Mamá? —una cuchara cayó al suelo, y el destello de una señora desnuda corrió de la sala hacia las escaleras. 

—¡Mamá! ¿eres tú? —gritó Aquata al pie de la escalera. 

 —Si hija, bajo ahora, deja ponerme ropa. 

 —Genial, una madre desnuda — masculló entre dientes con una cara de desprecio. 

 —¿Qué has dicho? —preguntó la señora detrás de ella. 

 —Oh madre, me has asustado —exclamó en sorpresa. —¿Qué haces aquí? 

—¿Qué no puedo venir a mi casa a pasar la noche? —preguntó, intentando poner una cara seria y molesta, como la de un perro cuando defiende su territorio. 

—Sí, sí, es decir, pensé que estarías un tiempo fuera. —El sonido de un bostezo fue escuchado. 

—¿Papá?

—¡Hija, no! —gritó la madre, pero ya era tarde. 

Un hombre de unos 50 años se asomó en las escaleras completamente desnudo. Pelos salían de todo su pecho, y su cara daba asco. 

 —¿Cómo te atreves? —gritó Aquata desenfrenada—. ¿Cómo te atreves a hacerme esto a mi y a mi hermano? ¿Es por eso que has vuelto a casa, para dormir con el, sabiendo que yo estaba fuera? 

—Hija, pensé que estabas en casa de tu amiga. 

 —O sea, planeabas hacerlo todo a escondidas, ¿cierto? —indagó roja de furia. 

 —Lo siento, no pensé que te molestarías de esta forma. 

 —Pues lo estoy madre, lo estoy. ¡Jamás pensé que fueras tan. . . —no pudo terminar la oración y salió por la puerta trasera tirándola lo más fuerte posible, tanto que era capaz de romperla. Caminó hasta el tiesto de girasoles y tomó las llaves de su Volkswagen. Su padre siempre le dijo que era bueno guardar un par de llaves del auto afuera en causa de cualquier emergencia, y para ella, esa pelea con su madre lo era. Era un total desastre.  

Tiró de la puerta, la cual chirrió inevitablemente. Se sentó en el asiento y colocó la llave en el hueco correspondiente. —Vamos —gimió, mientras le pegaba al manubrio. — Prende, no me puedes hacer esto hoy. —El pequeño automóvil al parecer entendió el comando y encendió. A toda velocidad Aquata aceleró en reversa fuera de su casa en dirección a casa de su amiga, alguien tenía que escuchar sus problemas.

Por un minuto olvidó la pelea que había tenido con ella en la fiesta, y pensaba que todo había sido influencia del alcohol en Amanda. 

 La casa de ella no era una casa grande. Era un hogar humilde, de padres fanáticos naturistas, con creencias de mantener en su vida las buenas vibras, y una buena conducta en todo lugar. Incluso una vez obligaron a Aquata a pasar una noche con ellos de camping, y se mantuvieron toda la noche cantándole a la luna y tomando bebidas echas con espinaca y piña. ¡Qué genial! ¿no? 

Aquata aparcó, el carro de ambos padres no estaban, pero las cortinas de la sala aún estaban abiertas, lo que significaba que Amanda aún no había salido. Bajó del carro, y caminó hasta la puerta. Tocó dos veces pero no hubo respuesta. Caminó hasta la parte de atrás y tocó a la puerta.  

—Amanda, se que estás ahí dentro —gritó, pero no hubo respuesta. Solo se escuchaba el sonido del televisor encendido. Claramente se escuchaba al presentador de noticias hablar acerca de la desaparición de dos chicos de la escuela superior Lago Verde. El corazón de Aquata latió rápidamente. ¿No había aparecido Andrés todavía? 

 —Ha desaparecido un segundo chico, identificado como Maxwell Pabón, el compañero del famoso mariscal de campo, Andrés Hamilton. Uno de ellos desapareció hace una semana, y el segundo chico en la noche de ayer. Hubo una fiesta, y todos alegan haberlo visto en ella,  pero en cierto momento desapareció sin dejar rastro. Los expertos dicen no haber encontrado ninguna huella de otra persona, y no hay pruebas de que se haya ido por su cuenta ya que hasta su celular, y todas sus pertenencias ha dejado.

La rubia se sintió enferma, tenía que desahogarse, estaban pasando cosas muy raras. El chico que le gustaba había desaparecido, y ahora el hermoso Maxwell. ¿Qué estaba ocurriendo en esa ciudad tan rara? 

 Tocó la puerta, pero nadie contestó, así que caminó hasta la ventana de la cocina y tiró de ella, como Amanda le había enseñado. No había nadie en la parte de abajo de la casa. Habían trastes sucios en el fregadero, por lo tanto Amanda estaba en la casa, ya que no podía nunca salir sin dejar algo fuera de sitio. Caminó escaleras arribas, todos los cuartos estaban cerrados, menos el último, el cuarto de Amanda. Caminó hasta el, y empujo la puerta, la cual se balanceaba con el viento. Lo que vio la dejó fría. El cuerpo de su mejor amiga yacía en la cama hecho pedazos, desgarrado. Había sangre por todo el suelo, y manchas de pisadas mojadas en dirección a la ventana.  

—¡Amanda, no! —gritó, mientras se tiraba a una esquina de la cama a llorar desenfrenadamente—. No puede ser —sus manos se llenaron de sangre, al intentar levantarse del piso, pero no tenía fuerzas, no podía. 

 Su conciencia la obligaba a salir de ahí lo más pronto posible, pero ella no podía, no tenía las agallas de abandonar la escena de su mejor amiga, muerta. No podía ni pensar en eso, no podía aceptarlo.

 Se arrastró a la venta siguiendo las pisadas, y se asomó. Una chica de pelo largo, color marrón corría hacia la bahía. Aquata la reconoció de repente, Oceanía. ¿A dónde iba? Se levantó del suelo y sacó sus pies por la ventana, y comenzó a caminar por la hilera de la casa. Las pisadas habían saltado al suelo, desde el segundo piso, solo una persona podía hacer eso sin hacerse daño, una sirena, algo sobrenatural. Aquata saltó. El cemento quemó un poco sus tobillos pero se puso en pie. Corrió siguiendo las pisadas, las pisadas de Oceanía. El sonido de las ambulancias se escuchaban a lo lejos. ¿Pero cómo habían sabido lo ocurrido? 

 Corrió hasta el muelle, pero ya ella había desaparecido en el agua. 

 Decidió tirarse, pero algo en las piedras le llamó la atención, algo brillante. ¿Qué era? 

 Se acercó cautelosamente, intentando no cortarse con los vidrios de las botellas de cerveza rotas. Se dobló y lo tomó, era su celular, su iPhone blanco. 

 Estaba completamente en blanco, sin fotos, sin data, sin contactos. Abrió los mensajes, y lo que leyó la dejó fría. 

 Mandi, voy para tu casa, tengo mucho que contarte, no te vayas para el cole sin mí. 

 Y la llamada, era saliente, de hacía solo 5 minutos, al 911. Ella había llamado a la policía, ella la había enmarcado. 

Aquarius - Una saga de sirenasWhere stories live. Discover now