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Esa misma noche Carolina y Rafael salieron de viaje por el fin de semana, de camino dejaron a Samuel en casa de Lina y Gali, y como Frieda estaba con Marcia, pensaron que luego irían a la casa de esta donde su hija quedaría el fin de semana, sin embargo, Marcia no tardó en despedirse de su amiga y desearle lo mejor para aquellos días.

Frieda se recostó en su cama luego de tomar un baño y cerró los ojos. Necesitaba pensar, cerciorarse de que aquello que planeaba hacer era lo correcto. Suspiró al rememorar todo aquello que estaba día a día en su cabeza y su corazón, se había sentido distinta toda su vida, de hecho muchas veces había sentido que no encajaba en su entorno, sin embargo, ahora se veía igual a todas, igual a cualquier adolescente enamorada. No podía sacarse a Adler de los pensamientos, se preguntaba todo el día qué estaría haciendo, desfallecía ante su toque o sus caricias, añoraba sus besos y sus abrazos cuando no lo tenía cerca y adoraba dormir abrazada a él. Sentirse así tan vulnerable la hacía sentir tonta, la hacía sentir tan ilusa y soñadora como esas chicas que en muchas ocasiones criticó. Buscaba dentro de sí a la chica que odiaba a Adler, a la que no necesitaba enamorarse ni vivir un amor adolescente para sentirse viva, a la que se reía de aquellas compañeras que se pasaban dibujando corazones que encerraban las iniciales del chico que le gustaba en la última hoja del cuaderno.

Lo cierto es que ella estaba igual o peor, había perdido el control de sí misma y sentía que se desconocía. Recordó la conversación que tuvo con su madre una semana atrás, Frieda había olvidado algo que ella le había pedido encarecidamente.

—Lo siento, má, se me pasó. Si quieres voy ahora —se disculpó.

—Frieda, dime algo... ¿estás enamorada? —preguntó su madre así como si dijera que iba a llover.

—¿Qué? ¡No! —exclamó Frieda nerviosa. Carolina se sentó a su lado y la tomó de la mano.

—Bueno... es que andas algo distraída, sonríes sola, te arreglas bastante, escuchas músicas románticas y... es como si brillaras. Yo creo que eso es porque hay algún chico por allí... Tú sabes que puedes confiar en mí, ¿cierto? —preguntó su madre y Frieda asintió algo consternada. Odiaba ese sexto sentido que tenía su madre para leerla tan fácilmente, con un poco más de tiempo descubriría lo que estaba sucediendo bajo su propio techo. De hecho le parecía raro que aún no lo hubiera deducido.

—Sí, lo sé... pero no estoy enamorada, es en serio —añadió con un tono muy poco convincente, su madre rio.

—Mira, cariño. Enamorarse está bien, y más a tu edad. Es hermoso y divertido —dijo mirando con cariño a su hija—. Tú... solo cuídate, ¿sí? Cuando yo tenía tu edad me enamoré de tu padre... y fue... hermoso —dijo Carolina recordando, Frieda sonrió, conocía la historia.

—¿Má? ¿Qué sucedería si... un día... Gali y Samu se enamoraran? —preguntó Frieda algo temerosa. Carolina frunció el ceño mirándola con curiosidad intentando deducir el motivo de la pregunta.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora