Tercera Parte: Nuevos reyes XVIII

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KAFELE

Bajó los párpados y recibió a la oscuridad, aunque no como a una amiga, sino con temor, como si pudiera hacerle daño.

Le hizo caso a Badru y lo dejó fluir. Aterrizó en los dos círculos de la creación, se acercó a la puerta y la tocó. Los recuerdos corrían a su alrededor; volaban veloces y daban vueltas. Arriba y abajo, izquierda y derecha, no había un lugar en el que no estuvieran. Algunos tenían un brillo anaranjado, marrón y dorado, aunque, a medida que su estadía en ese lugar se prolongaba, fue descubriendo que la mayoría eran celestes, azules, negros y grises. Estos no eran feos colores, no significaban nada en específico, pero eran tan opacos y necesitaban tanta luz para verse, que no transmitían nada más que tristeza y soledad.

Por momentos, se sentía verde y, por otros, azabache, mientras que a veces era como un índigo. Oía gritos, veía borroso por las lágrimas y sus sentimientos eran variados pero uno a la vez. Cada una de sus memorias era más dolorosa y atemorizante que la anterior: la muerte de su madre, el rechazo de su padre, las burlas de su hermano... Era vivir todo otra vez. Sin embargo, su subconsciente quiso detenerse en un determinado sitio.

Estaba oscuro y fresco. El viento silbaba una gélida canción de muerte y los sapos croaban al son de este, aunque de una forma que impacientaba a Kafele.

Mucho había soñado con ese momento y por muchos años había utilizado la ocasión para definir su identidad. Aun así, todo lucía nuevo. La primera vez, sólo existía el odio y la sed de venganza, y ahora notaba que había distintos colores, olores y sonidos, que pequeñas basuritas se clavaban en sus descalzos pies y que no estaba parpadeando.

Al pasar junto a una ventana, no pudo evitar contemplar la perfecta noche que gobernaba el cielo.

Simplemente, se había perdido de tantas cosas... Había reducido a la vida a un único sentimiento, a un único objetivo, cuando esta se aferraba a experiencias variadas e impredecibles.

Ingresó en la tranquila habitación y, al segundo, otro él también lo hizo. Esa persona tenía una mirada vacía y decidida. Se acercó a la cama y actuó. No se enfocó en observar el rostro de su padre; ¿para qué si aquel momento era un lugar de refugio, su sitio seguro? Por eso prestó atención a su propio semblante. A medida que iba pronunciando los diferentes insultos y justificaciones, también adquiría más y más odio. Sabía qué estaba realizando y por qué, conocía mejor que nadie sus motivos y entendía el sufrimiento por el que había pasado. Aun así, no veía más que a un monstruo. Lucía como un loco. Ya no era una circunstancia de gloria, ya no era algo que le complaciera describir. Sólo quería irse y dejar de presenciar esa deplorable escena.

Kafele no era Kafele. Antes pensaba que ese nombre era la peor forma de definirlo, mas estaba equivocado.

—No soy esa persona, no soy eso...

Su progenitor se lo merecía, no iba a negarlo, pero ese comportamiento se excedía. En el intento de destruirlo, se destruyó él también; nombrarlo como el rey de los villanos lo había convertido en una persona ciega por tanto tiempo. Había deseado herirlo mil veces más de lo que había sido lastimado, y eso significaba cometer atrocidades, atrocidades sin sentido, sólo por el placer de satisfacer sus impulsos violentos y vengativos, ¡que ni siquiera formaban parte de su destino!

Cerró los ojos con un único pensamiento: huir. Le daba vergüenza, corrompía su orgullo, quebraba todo lo que creía saber sobre sí mismo. Era horrible, horrible, horrible, y le taladraba la cabeza.

Suponía que obligándose a vagar por la oscuridad se libraría de esa sensación, pero no, no en absoluto. El corazón le latía con más fuerza, la transpiración era más fría y los músculos le temblaban. Todo empeoró al sumarle el recuerdo de los susurros de Ra, que se repetían una y otra vez sin cesar:

—Te aferras a tu fortaleza, pero como un ciego no logras ver que es tu única debilidad.

Pronto, se transformó en un hecho estruendoso del que no podía escapar. Era una tortura psicológica, era una amenaza para que hiciera lo que los dioses deseaban porque el Alto y el Bajo Egipto dependían de ello. ¿Qué tal si, en lugar de generar una destrucción por el fracaso de la fusión, simplemente permitían que los hicsos tomaran el país? Eso sería una demolición segura de todo lo que conocian, todo. Pero eso no importaba, no en ese momento. Debía...

Su visión de la realidad retornó, aunque se encontraba algo agitada y alterada, al igual que los otros sentidos.

Badru ya no estaba allí, aunque podía... No, realmente no estaba. Dio unos pasos, sujetó la copa con la que había estado bebiendo agua y se miró en el reflejo que le devolvía aquel líquido. Su intención era que surgieran palabras, oraciones y de más, pero todo lo que se alojaba en su mente se agolpaba de tal manera que terminó perdiendo su sentido. Era como información que poseía y que, a la vez, ya no le servía. Podía conservarla, mas no significaría nada, sería sólo para ser amable y respetuoso con su pasado.

Abrió la boca. Volvió a juntar sus labios por la falta de exactitud. Él sabía, él sabía lo que estaba sucediendo allí aunque no quisiese admitirlo. La solución ya no se escondía, pero aún no era su momento para brillar. No entendía por qué, mas no iba a juzgar.

Eclipse Rojo (Luna Negra II)Where stories live. Discover now