24. Duardo Garay

20.5K 4.2K 186
                                    

Antes de regresar al castillo me dirijo a la calle de los herreros y, sigilosamente, me escabullo en un callejón. Ahí me espera Conejo tuerto, que al verme se desliza por una entrada secreta. Lo sigo. Llegamos a un sótano. Cuando salgo de la penumbra hay un pequeño revuelo pero Castor y Ratón feliz se tranquilizan al ver que soy yo quien acompaña a Conejo tuerto.

—Piojo estuvo aquí hace un rato —me dice Castor.

No tienen que aclararme por qué motivo les visito mi otro socio.

—Les sería de gran ayuda —digo.

—No hemos demostrado necesitar ayuda —dice Conejo, orgulloso, y me ofrece una silla para sentarme.

Piojo encontró uno de los escondites de la cuadrilla de Garay sin mi ayuda. Desde entonces ha intentando convencerles de permitirle unirse a ellos.

—En su momento ustedes también tuvieron una oportunidad para demostrar a Garay de qué son capaces —les recuerdo—. Piojo es obediente y no le asusta correr riesgos. ¿Por qué no darle una oportunidad?

Ahora que trabajo para Gio, Piojo corre peligro si roba solo. Necesito que Garay lo acepte y le permita estar bajo su protección. Los primeros meses serían difíciles pero todo irá mejor cuando Piojo demuestre que le pueden confiar secretos de los rebeldes. Por ello, convencer a Garay de aceptar a Piojo en su cuadrilla es uno de los motivos por los que estoy aquí. No obstante, mi cháchara sobre las virtudes de Piojo termina cansando a los chicos y se van, dejándome sola en el sótano.

El crujir de una puerta y el golpeteo de un bastón sobre el piso de madera me alertan. Aquel hombre ciego y harapiento que me ayudó en el callejón de las ánimas sale de su refugio, tropezando con diversos objetos a su paso. Luce enfermo y cansado.

Entorno mis ojos.

—Soy yo. Elena —digo.

Al escuchar mi voz el hombre bufa y deja caer el bastón; se quita la peluca y se sienta cómodamente sobre un taburete. Me echo a reír. Aunque todavía luce harapiento, su semblante ahora luce divertido.

—¿No puedes dejar el teatro para más tarde?

—No me gusta perder el estilo.

—¿Cómo te va repartiendo comida?

—Debo admitir que subestimé lo fácil que sería hacerlo —Garay sonríe y rápido se hace de una botella y dos vasos. Me sirve un poco de vino. —Celebremos. ¿A qué debo el honor de tu visita, Elena Novak?

—Tú me pediste venir.

—Pero admito que dude que lo hicieras. Insisto en que te traes algo entre manos. Algo que no me quieres decir. Algo en lo que no me estás incluyendo a mí.

—Vengo a entibiecer tu lecho —digo, coqueta.

—A buena hora del día me bendice la divina providencia —celebra Garay con un brindis y sus ojos buscan mi escote.

—Sabía que te encantaría la idea —sonrío, astuta—. Mi amigo puede dormir contigo mientras le consigues otro lugar.

Garay pone los ojos en blanco. —No —sentencia.

—¡Pero ya te he hablado de Piojo! —Hay súplica en mi voz—. Además, te conviene hacer tratos con él, yo ya no podré trabajar contigo —La mirada confusa de Garay exige que me explique—. Ahora espiaré para los rebeldes.

—¿Tú? —pregunta, escéptico.

¿Perdón?

—Las habilidades las aprendimos del mismo maestro.

—Pero... —Él intenta no reírse.

—Incluso te supero.

—Cálmate, Elena. No dudo de que seas capaz de espiar para los rebeldes. Es sólo que no creo que Viktor lo permita.

—Él no lo sabe.

—¿No sabe que estás en el castillo?

Niego con la cabeza.

Garay abre ligeramente la boca. Él respeta a mi padre como su maestro a pesar de que ha optado por ser un insubordinado. Aún así, siguen trabajando juntos porque, pese a la polémica que genera el actuar de Garay, es quien más información aporta al Partido. No obstante, para no correr riesgos, lo dejan trabajar solo. 

—Compréndeme. Los rebeldes quieren dar el golpe definitivo, todos lo dicen, pero ninguno está lo suficientemente cerca de los Abularach. Yo estoy viviendo en el castillo —Aún no consigo convencerlo—. Pero los rebeldes no tienen que saberlo. Puedo informarte a ti y tú a ellos.

Garay duda. —¿Cuál es tu posición en el castillo?

—La biblioteca —digo, pero antes de que se queje añado—, que frecuenta a diario Gavrel Abularach.

Garay resopla. —¿Y para qué nos puede servir saber si el príncipe prefiere leer Caperucita roja o la cñCenicienta?

—¡Traza mapas, Garay! Escribe cartas. ¿También te tengo que recordar que él está a cargo de la Guardia?

Garay coge la botella de vino y se dirige a su escondrijo privado. Lo sigo.

—¿Y qué tienes hasta ahora?

Le muestro a Garay el mapa que dibujé del castillo y también le informo que la Guardia real ya sabe que nos aliamos con Godreche, y que además se están preparando para una guerra. Ah, y que Eleanor no soporta a Sasha.

—¿Eso tienes, Elena? —Hubiera sido mejor que me abofeteara—. Ya sabemos que ellos saben lo de Godreche, de hecho es un infiltrado nuestro el que está jodiendo a Gavrel. ¿No lo viste? Lo hicimos quedar en ridículo el otro día.
》No tenemos un mapa del castillo, tenemos diez y mucho más completos que este. Y ya sabemos que se están entrenando para una guerra, harían mal en no hacerlo. Estamos por delante, Elena. Todo lo demás es chisme para mujeres.

—Pero... —Mis mejillas se tiñen de rojo.

—¿Qué más tienes?

—Sólo eso... —Garay roda los ojos—. ¡Pero puedo conseguir más!

¡Los mapas!

—No te arriesgues —pide.

—¡No soy idiota, Garay! Puedo hacerlo igual o mejor que ustedes.

Lo puedo intentar.

—Ese es el problema contigo. Estás compitiendo. Si de verdad quisieras ayudar al Partido harías lo que te pedimos.

—¿Hacerme cargo de sus esposas y de sus viudas? Yo puedo hacer más... —Garay niega con la cabeza—. Puedo luchar.

—Esto es cosa de hombres, Elena.

¡Y una mierda!

—Pero Moria es espía.

—Já. Porque es prostituta. ¿Crees que Malule, Baron o Gavrel te soltarán información a menos que te abras de patas?

Gio cree que le gusto a Baron. —Puedo hacerlo.

—Estás loca.

Tiene razón. Ni siquiera soporté que Jorge me pusiera las manos encima. Pero quizá sea diferente con Baron. O quizá no...

—No me subestimen por ser mujer, Garay —digo—. Puedo hacer más que abrirme de patas, como tú dices.

Yo puedo.

—No lo creo.

¿Qué? Me largo. No puedo escucharle más, así que lo dejo hablando solo.

—No hagas algo estúpido, Novak —me advierte, antes de irme.

Aún así, si tengo que "abrirme de patas"  para ayudar al Partido... lo puedo hacer.

Lo puedes hacer, Elena.

-----------------------
Creo que ya tienen una idea sobre hacia dónde va esto :O ¿O qué opinan?

Mañana uno de mis capítulos favoritos. Incluye a Sasha, Gavrel, dos caniches... y a Elena ♡

Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora