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Los días que vinieron no fueron nada sencillos, Carolina y Rafael estuvieron allí para ayudar a Berta a empacar las cosas de Niko, la ausencia se sentía fuerte en toda la casa y continuar no parecía tarea sencilla para nadie. Carolina le pidió a Berta que regresara con ellos por unos meses, no quería dejarla sola allí, sentía que se terminaría de hundir si ellos volvían, pero pronto deberían hacerlo.

Adler y Frieda pasaban mucho tiempo juntos, pero luego de aquella noche no habían vuelto a hablar de ellos. Aquella tarde, Carolina se disponía a revisar los estantes donde Niko guardaba algunas pertenencias mientras Berta y Adler tomaban un café en la cocina. Frieda bajó de la habitación para ayudar a su madre pero se quedó tras la pared al oír su nombre.

—¿Has hablado con Frieda, hijo? ¿Le has pedido disculpas? —preguntó Berta.

—Sí, mamá... ya lo hemos hablado, nos hemos perdonado. Es increíble, estoy con ella y nada de eso importa, no importa ni las cosas malas que pasaron ni el tiempo que estuvimos separados, es como si... nada hubiera sucedido, somos los mismos, en versión mejorada. Hemos crecido, aprendido... madurado... y estar a su lado me hace sentir bien, no sé qué hubiera sido de mí sin ella aquí —añadió, Frieda sonrió, sentía lo mismo.

—¿La amas, Adler? —preguntó su madre—. Tus ojos se iluminan cuando la miras, nunca te había visto de esa forma.

—La amo, má... la he amado siempre, lo sabes —añadió—. Si la amaba cuando era insoportable, ¿qué sería ahora?

—Díselo, hijo... no la dejes regresar sin decírselo —aconsejó Berta.

—No lo sé, creo que ella ya ha superado lo nuestro y no quiero perder su amistad... —suspiró Adler.

—¿Por qué lo crees? —inquirió la mujer.

—Porque se mantiene alejada, cercana pero alejada... no quiere avanzar y... tengo miedo —admitió y aquello hizo que a Frieda se le estrujara el corazón, adoraba al niño dentro de Adler.

—No tengas miedo, dijo tu padre, Ad... y ella tiene derecho a saber lo que sientes, ya perdieron mucho por haber callado tantas cosas. Una de las cosas de las cuales no me arrepiento es de haberle dicho a Niko cuanto lo amaba, siempre, no había día que no se lo dijera... No dejes pasar los momentos, Adler... un día no vuelven más —sollozó. Frieda quiso ingresar y decirle a Adler que ella también lo amaba, pero escuchó que el chico se levantó para consolar a su madre.

—Él lo sabe, lo supo siempre, y también te ama, mamá... no llores —susurró.

Frieda los dejó solos y buscó a su madre. Esta estaba por colocar un disco en un viejo reproductor de DVD.

—¿Qué es? —preguntó la chica.

—Un video casero que había grabado Niko con su celular el día de mi boda —sonrió—. Yo tengo una copia en casa y él guardó una, hace años no la veo.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora