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Luego de un montón de horas de viaje en las que mayormente se pasó durmiendo, Frieda llegó a su casa y desempacó el spiderman que había guardado en su mochila

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Luego de un montón de horas de viaje en las que mayormente se pasó durmiendo, Frieda llegó a su casa y desempacó el spiderman que había guardado en su mochila. Buscó un par de baterías sacándoselas al control de la televisión para probar cómo se veía el juguete con las luces prendidas, quería ver si se parecía al que tenía cuando era niña y que tanto adoraba.

Se consiguió un pequeño destornillador para abrir el compartimiento que estaba asegurado con un minúsculo tornillo, y al hacerlo, encontró un pequeño papel enrollado. Lo abrió y al instante reconoció la letra de Adler.

«Mi princesa, mi Frieda:

Hace tiempo que tenía ganas de responderte la carta que una vez me enviaste. No quiero ser repetitivo, pero sabes que me siento inmensamente feliz por haberte recuperado, aunque no sé si esa palabra sea la adecuada, porque para habernos recuperado primero debimos habernos perdido, y nosotros nunca lo hicimos en realidad, nunca nos perdimos del todo. Una vez me dijiste que nosotros no teníamos final, que éramos desde siempre y para siempre... y ahora más que nunca lo confirmo.

No importa el tiempo que tengamos que esperar para finalmente poder estar juntos porque realmente creo que tenemos esa clase de amor que es capaz de afrontar todos los embates de la vida, como el de tus padres, como el de los míos.

Tú y yo somos como las dos baterías que lleva este juguete, el aparato no funciona si usas solo una, deben ser dos, y cada uno va con su carga positiva y la negativa. Tal cual como nosotros, con nuestras cosas buenas y las malas, pero no pudiendo funcionar correctamente si estamos separados...

¿Te gustó la metáfora? ¿A poco no soy un chico romántico? Admítelo, soy genial. Si fuera el personaje de un libro, te aseguro que todas se enamorarían de mí, ¿o no?

Bueno, princesa, me pongo a contar los días para volver a verte. Ya queda un día menos. Te mando besos desde mi estanque...

Te amo,

Adler».

Frieda rio sintiéndose completamente estúpida por estar tan enamorada y feliz, pero al revés de las veces anteriores en las que se avergonzaba por sentirse de esa manera, esta vez pensó que era afortunada, afortunada de poder experimentar ese sentimiento de una manera tan intensa. Se recostó en su cama abrazando a su muñeco y observó por la ventana mientras recordaba cómo solía ser y cómo se veía ahora. Su supuesta rebeldía la había llevado a pensar que no quería enamorarse ni sentirse como esas niñas tontas que sufrían por amor, el miedo a ser lastimada le había impedido admitir sus sentimientos mucho más temprano que tarde, sin embargo en el fondo, siempre lo había deseado, había deseado una historia tan bonita y romántica como la de sus padres; y el pequeño Adler, vestido como un lindo príncipe, se la había prometido ese día.

—Princesa Fri —le dijo ese día cuando sus padres habían terminado su primer baile juntos, ella los observaba desde la hamaca de hierro en el jardín—. Te estaba buscando para que bailemos —sonrió.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora