36. Las historias de Adre

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Hoy sabremos más de la familia Abularach :)

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Sigo con la molesta sensación de que Gavrel consigue más de mí que yo de él y he de hacer algo al respecto. ¿Qué información debería intentar obtener de él? La idea viene pronto a mi mente: Los soldados. Indagaré sobre qué le dijeron los soldados que trataron de prenderle fuego a la Rota. Esa información sin duda le sería de utilidad al Partido.

Por otro lado, el informe oficial de la Guardia explica que la Rota no sufrió ningún daño que no pueda ser reparado por el personal de mantenimiento. ¡Maldición! Para cualquier rebelde fue lamentable escuchar eso. Sin embargo, debemos confiar en que pronto encontraremos la forma de hacer caer a la familia Abularach. 

—Raquel escuchó que hubo un soplón —comenta Marta y mi mandíbula tiembla. Pocas cosas odio tanto como a un soplón—. Por eso una caravana de soldados llegó a tiempo a apagar el incendio. Lo que todos vimos a lo lejos fue humo.

—¿Quién pudo haberlos delatado?

Marta está de mejor ánimo, pero continúa preocupada. —Dekan metería las manos al fuego por sus amigos y su familia. Los conozco a todos y no puedo pensar en ninguno de ellos como traidor.

—Pudo ser alguien cercano a los otros soldados —digo, pensativa—. La pregunta es quién. 

Quién. 

—Mael es huérfano —explica Mata—. Dekan, Alan y Claudio son sus únicos amigos. Casi es lo mismo con Alan, que casi toda su familia vive en Teruel. Claudio no lo creo...  Aunque el delator si tuvo que ser alguien cercano a ellos. En eso estoy de acuerdo contigo.

Así es. 

Acompaño a Marta hasta la parte del castillo en la que se alojan los sirvientes. Ella quiere que visite a su abuela.

Esa la primera vez que visito este lugar. Nada extraordinario, al igual que el resto del castillo gris todo es paredes y columnas de piedra y demás decoración lúgubre. 

Tocamos la puerta de la habitación de Adre antes de entrar. —Buenas tardes —saludo tímida, siguiendo a Marta dentro. 

—¿Elena? —pregunta la anciana y Marta me presenta—. Lo Imaginé. Algo de ti he escuchado —dice, sonriéndome. ¿Qué?—. Acércate —pide, incorporándose—. Soy buena escuchando... Aunque soy mejor hablando.

Ella me guiña un ojo, haciéndome soltar una risa.

Adre está recostada sobre una cama, envuelta en al menos dos mantas. Se ve enfermiza, pero animada y tarabilla. Su cabello es largo y blanco casi en su totalidad y su cara, pese a estar muy arrugada, es bastante expresiva. 

—Te ves mejor, abuela —le saluda Marta.

Adre intenta acomodarse en su cama. —Tengo que verme mejor. Eleanor no me permitirá acostumbrarme a esta cama.

Me sorprender que llame a la reina por su nombre. 

—No, abuela —Marta intenta que Adre se recueste otra vez—. El médico dijo que una semana más.

—¿Médico? —pregunto, sorprendida. Los sirvientes y los campesinos no gozamos de ese tipo de privilegios.

Primero llama a la reina por su nombre y ahora menciona na un médico. Admito que me intriga. 

—Sí, Gavrel lo trajo —aclara Adre. Yo abro más mi boca—. No quiere que muera —Siento la necesidad de preguntar más, pero no hace falta. A Adre en verdad le gusta hablar—. No sé si Marta te ha platicado que soy la nana de esos tres: Gavrel, Sasha e Isobel —Adre me sonríe de forma astuta—. Me quieren más a mí que a la arpía de su madre.

Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora