44. Campos de maíz

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Llego en carruaje al Callado. Gavrel dijo que para esta hora ya deben haber sido entregadas las carretas repletas de trigo, sin embargo no miro soldados o gente reunida por ningún lado. Sigrid, sus hijos y Thiago tampoco están en casa. Pregunto a un anciano sentado afuera de su casa qué pasa y él me señala los campos de maíz. Garay debió haber reunido a todos. Me apresuro a correr hacia allá antes de perderme algo importante.

¿Los reunió a todos para repartir el trigo?

En efecto, en un espacio improvisado entre las plantaciones de maíz encuentro a muchos campesinos reunidos.

—¡No somos su burla! —Garay está de pie sobre dos sacos de trigo. Moria y la cuadrilla están con él—. ¿Cuántos creen que somos? ¿Cien?

—¡No más!

La multitud está gritando enardecida.

¿Qué pasa?

Los campesinos tienen antorchas y palas en sus manos. En medio de todos está un soldado linchado. Demando una explicación.

—El príncipe Gavrel envió al Callado tres sacos de trigo —espeta Garay, exageradamente indignado—. ¿Puedes creer la avaricia de este tipo?

—Mentira —susurro.

—Cree que con eso alcanza para alimentarnos a todos.

Me siento horrorizada. —Garay...

—¡Tres sacos! —grita Garay a la multitud—. ¡Maldito príncipe egoísta!

—¡No eran tres, eran cincuenta! —rebato, enojada.

Garay y yo tenemos la misma credibilidad ante los ojos de los campesinos, quienes ahora se debaten a quién creer.

Garay, Moria y la cuadrilla me miran molestos.

—¿Dónde están los demás sacos, Duardo? —pregunta una anciana.

La gente se está enfadando.

—Sí, ¿dónde están?

—Aquí tienen todo lo que envió la familia real —dice Garay dirigiéndose a la multitud, aunque sin quitarme de encima sus ojos retadores—. Elena está confundida, no hay más para dar.

—¡Maldita monarquía! —grita alguien más.

—¡Los vamos a linchar!

—¡Muerte a la familia real!

La multitud se encoleriza otra vez. No obstante, cuando intento aclararles la verdad, Garay salta, se abre paso hacia mí y me empuja lejos de mis vecinos.

—¿Estás loca? —me gruñe—. ¿Qué intentas hacer?

—No eran tres sacos —repito—, eran cincuenta. ¿Dónde está el resto?

—Camino al campo rebelde, por supuesto. No me lo robé, si eso es lo que crees.

Lo quiero golpear. —¡Era para la gente del Callado!

Garay se cruza de brazos y arquea una ceja. —¿Y cuánto te costaron? —se burla—. ¿Un empalme por detrás y tres mamadas?

Lo abofeteo tan fuerte que mi mano arde. —¡Eres un imbécil!

—¡Y tú una idiota! —Garay me  empuja y me señala con dedo acusador. Jamás lo había visto tan molesto—. ¡¿Te escuchaste?! ¡Ibas a echar a perder todo lo que hemos logrado!

Entretanto, empezamos a llamar la atención de la gente y Thiago corre hacia mí para interponerse. Garay se tranquiliza un poco al verlo.

—Tranquilo, enano —dice—, es sólo otra pelea entre hermanos.

Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora