57. Aguijones en mi garganta

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HEDDA

Los ojos de Eleanor se abrieron como nunca al recordar las veinte videocámaras observándole. Grita el nombre de Macabeos mientras inútilmente trata de impedir que la duquesa de Jacco se lleve el cuerpo del hermanito de Elena.

—¡MACABEOS!

Macabeos corre obediente hacia la reina. —Mi señora —se inclina ante ella.

Él lo vio todo y no intercedió por Elena. Mis manos tiemblan del enojo al recordar todo.

Pero yo si te ayudé, Elena.

—Macabeos, ¿por qué esa maldita cosa se está moviendo? —pregunta la vaca inflada señalando la cámara con la que en este momento la estoy enfocando.

—No... no lo sé, Majestad —tartamudea Macabeos—. En la cúpula dejé a mi asistente. Hedda.

Gracias por el aviso.

Me incorporo al escuchar mi nombre y oprimo más botones para cambiar el enfoque de la cámara. Quiero que esta vez en la pantalla aparezcan los rostros de los miembros del Burgo comiendo como cerdos. Acto seguido, la reina ordena a Macabeos volver a la Cúpula. Él tiene miedo. Ella tiene miedo. En cambio yo río como desquiciada. Lo hice.

Lo hice, Eleanor.

¡LO HICE!

Oprimí el botón que envía una señal en vivo a cada televisor en Bitania.

¡JÁ! Quiero ver tu cara cuando te informen que el Callado escuchó lo que le gritaste a uno de sus líderes.

Me echo a reír otra vez y quizá por última vez. No lo sé. La fiesta se reanuda poco a poco, pero esta vez sin principado. Gavrel, Sasha e Isobel corrieron cada uno por su cuenta cuando los soldados se llevaron al modisto. Parásitos. Me pregunto si alguna vez servirán de algo.

Cuando veo a Malule correr como caballo despotricado hacia Eleanor, los enfocó a ambos y aumento otra vez el volumen de los micrófonos.

—¡Majestad, lo vieron todo! —grita, sudando—. ¡En las plazas y en el Callado los televisores mostraron lo sucedido aquí con el niño y la campesina!

Eleanor se horroriza.

¡TE TENGO, ARPÍA!

—No puede ser —musita Eleanor.

—¡Una multitud enardecida vienen con antorchas y palas hacia la plaza!

Nobles y cortesanos se miran unos a otros porque, ¿a quiénes esperan ellos que ataquen los campesinos?

Aplaudo de contenta. En mi rostro se expande una sonrisa de triunfo. Va por ti, Alan. Va por ti, Thiago. Va por ti, Elena. Ninguna muerte será en vano. A partir de ahora cada soldado nuestro caído significará algo.

—¡HEDDA! —Macabeos está detrás de la puerta, pero lo ignoro.

No me va a detener esta vez.

—¡¿Los televisores siguen mostrando todo?! —pregunta furiosa Eleanor.

—Sí, Majestad. En los televisores y en la pantalla gigante en la plaza—dice con terror Malule.

—¡FUERA! —echa Eleanor a sus invitados—. ¡FUERA TODOS! ¡LA FIESTA SE TERMINÓ! ¡LOS QUIERO A TODOS FUERA!

Los cerdos empiezan a huir asustados.

—¡MACABEOS! —ruge esta Eleanor, buscando.

—Usted lo envió a la Cúpula, Majestad —le recuerda Zandro, otro bastardo.

—¡VAMOS ALLÁ! —ordena Eleanor—. ¡QUIERO MATAR A ESE ANCIANO CON MIS PROPIAS MANOS!

Eleanor y una veintena de soldados vienen para acá.

Macabeos continua pidiendo que abra. No. Me apresuro a abrir el cajón en el que guardamos la videocámara de mano, traspaso la señal en vivo a esta y después la coloco sobre un mueble cerca de mí para que enfoque mi rostro.

Hola a todos —digo, sonriendo triste—. ¿Están ahí? ¿Me escuchan? ¿Me reconocen? Soy yo. La H. La que no es muda —Creo que voy a llorar—. Lamento que la primera vez que vean mi rostro a este lo empañen lágrimas, pero créanme que tengo razones suficientes para llorar —Cojo un poco de aire y continúo—. Esta es la última vez que me van a escuchar. Lo lamento, pero... esta es la última vez en la que tendré la oportunidad de dirigirme a ustedes.

Vieron todo lo que sucedió en el Salón de banquetes la noche de hoy. Una campesina. Una, entre tantos, se atrevió a desafiar a Eleanor. Vino aquí sosteniendo el cuerpo de su hermano, ahora muerto por el abuso del Burgo y Eleanor. Ya lo dije una vez y hoy lo repito: Eleanor tiene la culpa de que tantos niños y ancianos hayan muerto en el Callado. El Burgo, con autorización de ella, hizo todo mal en los sectores veinte, veintiuno y veintidós y contaminaron el pozo.

Es tarde, Eleanor. Antes de morir hoy déjame repetirte uno por uno tus errores: Ser orgullosa, ser ambiciosa, ser cabeza dura. Nos acabas de comparar con ratas porque prefieres pensar en nosotros como una plaga, en lugar de reconocer que cada uno de nosotros somos un solo individuo.

¿A qué le teme Eleanor Abularach? A esto... Ya está sucediendo. Ahora ustedes saben quién es la perversa mujer que está sentada en el trono y qué piensa ella de todos nosotros. No la dejen vivir en paz. No la dejen morir en paz. Lo hemos dicho siempre: Si no hay justicia para el pueblo, que no haya paz para el gobierno. Porque esto es lo que has hecho de nosotros, Eleanor. Nos has quitado tanto, que también nos quitaste el miedo. ¡Se acabo! ¡Esto es la revolución!

Por último, quiero enviar un mensaje de amor a mis hijos. Los amo. Mamá, te amo. Perdónenme por ausentarme hoy a cenar, pero permítanme llevarles de postre... libertad.

Finalmente la puerta cede y soldados de la Guardia, Macabeos, Malule, Jorge y Eleanor ingresan a la Cúpula de El Heraldo. Me vuelvo hacia ellos.

—Buenas noches, damas, caballeros —saludo, limpiándome las lágrimas e imitando burdamente a Sombrero grande—. Me contaron que andaban buscándome. Mucho gusto, Yo soy la H.

Eleanor hace su camino hasta mí y me coge del cuello, clavándome sus garras en la garganta.

—Maldita sanguijuela. Escoria. ¡Traidora! —rechinan sus dientes.

—¿También me vas a enviar a la Rota? —me atrevo a preguntar.

—No —sonríe, perversa—. Para ti tengo un destino mejor, bastarda. Te destrozaré yo misma y después daré tu cabeza a mis fieras.

—¡Que honor! —me burlo.

Ella sonríe victoriosa, no puedo imaginar la cantidad de veces que soñó con este momento. Me odia.

—¿Cuáles son tus últimas palabras? —pregunta.

—Saluda a la cámara —digo, desafiante, mirando de reojo la videocámara de mano, todavía sobre el mueble enfocándolo todo.

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😢...

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Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora