Madriguera

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Supe que ese era el lugar que nos protegería.

El ancho no se convertiría en un problema. Con respecto a la altura, no era nada que no hubiésemos superado antes.

Inconscientemente, atrapé a Yerg cuando se lanzó hacia los túneles, aunque los dos caímos.

—La próxima no tendremos tanta suerte.

—Espero que te equivoques. ¿Sabes lo que es esto?

— ¿No te resultan familiares?

—Un poco.

—Los pasillos viejos de Somb son idénticos a estos. Ya no quedan muchos de ellos, pero la marca de un topo es inconfundible.

— ¿Topo?

Yerg me miró como si fuera tonto, pero no lo era. Somb no era especial para mí, no me generaba nada, porque todo carecía de un verdadero sentido, la Justicia, la Ley, las normas, las edades impuestas, las costumbres, las escritura... todo. Por esta razón no prestaba atención en clase ni era muy observador. Es decir, soñando con luces maravillosas, ¿por qué querría estar bajo tierra?

A pesar de mi aislamiento neurológico, la apariencia de un topo formaba parte de mis conocimientos y, sus hábitos, también. Y su sabor. Era parte de la poca carne que consumíamos.

— ¿Qué deberíamos hacer si nos topamos con uno? —pregunté.

—Respetarlos.

Pasase lo que pasase, debíamos respetarlos. Me olvidé por completo de que podían convertirse en comida.

*** 

Decidimos que nos merecíamos un descanso, a pesar de que deseaba continuar. Si bien estar allí abajo nos protegía de los problemas desconocidos hasta que halláramos a los autores de la carta, no podía evitar pensar que se sentía exactamente igual a estar en Somb otra vez. Lo entendía, ¿pero para eso había salido? ¿Para volver al mismo lugar?

A pesar de todas mis caídas y tropiezos, no había perdido mis objetos personales. Saqué las pocas hojas que me había guardado y el carboncillo. Debería cuidar bien de ellos o se acabarían en un sólo día.


Estoy en el arriba, buscando esa voz que me llamaba. Hasta ahora, no tuve suerte.

El suelo está cubierto de finas hebras verdes cortadas de forma irregular. Está unido a unas paredes y a un techo que se debatía entre el azul y el negro y entre los puntos blancos y los naranjas. Las luces allí se movían, especialmente la figura blanca brillante.

Las corrientes de aire traían consigo un aroma diferente, a vida, tal vez.

Los animales que vuelan y los árboles son reales. Este mundo es real, y me gustaría describirlo como se merece, pero no puedo. Semejante belleza se escapa de mis habilidades.


Realicé una pausa, pues ya había descargado lo más importante, y descubrí que Yerg me estaba observando detenidamente.

—Sigues convenciéndome.

Volví mi vista al papel, fracasando en mi intento de transcribir algo en él.

—No estás concentrado.

—Oye, no me gusta que me hablen, pero tampoco que me mires así.

—Mirarte es lo que me trajo aquí. Realmente tienes que estar aquí y escribir. Deberías ver tu cara cuando...

Siete CartasWhere stories live. Discover now