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«El Imperio nació de la traición.

Nació de la avaricia de un hombre que buscaba hacerse con más poder y riquezas.

Con un hombre que una vez soñó que era un dios.

Traicionó a su propia familia, sediento de poder, y manchó sus manos con su sangre. Se convirtió entonces en lo que más habían temido la gente de su pueblo, en un tirano que se autoproclamó Emperador Supremo y se sentó en un trono hecho de oro, viendo cómo la herencia que había robado a su antecesor moría lentamente; para afianzar su recién estrenado poder, ordenó que se buscara por todo el Imperio a una raza que se creía extinta: los nigromantes.

Esa raza casi legendaria era una poderosa arma en manos del Emperador Supremo, pues los nigromantes eran capaces de, además de usar la magia elemental, manipular el quinto elemento: la esencia. Todas las criaturas vivas poseían la esencia, que era la fuente de la que extraían su vitalidad; la que les permitía existir.

Los nigromantes eran los que se encargaban de imponer la voluntad del Emperador mediante el miedo... mediante el uso de sus oscuros poderes que permitían poder apagar la llama de la vitalidad.

Que asesinaban de aquella forma tan silenciosa...»

Me arrebullé aún más en mi cama, subiendo las mantas hasta cubrir mi nariz. Mi madre sonrió de manera cariñosa, alzando una de sus manos para acariciar mi mejilla, tratando de tranquilizarme; más allá de la ventana de mi dormitorio podía ver el cielo oscuro, con una enorme luna en mitad de él.

Recordé que mi padre, en una ocasión, me había contado que el Emperador podía ver todo lo que sucedía en su reino desde allí. Que la Luna era su cómplice, su espía.

—Jedham —me llamó con suavidad mi madre.

Alcé mi mirada hacia ella, que continuaba sonriéndome.

—Mamá —dije con mi vocecilla, aferrándome con fuerza a las mantas—. Mamá, ¿son como algunos elementales?

Había conocido algunos elementales, la contraparte de los nigromantes, que habían resultado ser personas horribles. Personas que se habían divertido haciendo uso de sus poderes con los menos favorecidos, con aquellos que nos encontrábamos indefensos ante sus habilidades de poder manipular los elementos.

El rostro de mi madre se ensombreció, pero su mano siguió acariciándome... ahora de manera distraída.

—No, cariño —negó lentamente—. Los nigromantes son seres oscuros, capaces de arrancarte la vida sin sentir un atisbo de compasión u horror por lo que hacen. Son monstruos, Jedham.

—Y por eso papá hace esas cosas —dije alegremente, bajando un poco las mantas que cubrían parte de mi rostro—. Por eso trabaja con los rebel...

La mano que acariciaba mi mejilla se movió a toda velocidad, tapando mi boca y evitando que pudiera terminar lo que estaba diciendo. La mirada de mi madre se había vuelto cautelosa y las comisuras de su boca habían bajado, eliminando la sonrisa que me había dedicado apenas unos segundos antes.

—Sabes que no podemos hablar de esto en alto, Jedham —me recordó mi madre—. Sabes que es peligroso.

Asentí varias veces, haciéndole entender a mi madre que recordaba perfectamente todas las advertencias y avisos que me habían dado mis padres desde que era niña; el trabajo de mi padre era peligroso y su vida estaría en riesgo en caso de que alguien que no debía pudiera enterarse.

Comprendí que mis desafortunadas palabras habían entristecido a mi madre y quise ponerle remedio.

—¿Cómo termina el cuento, mamá? —le pregunté.

Mi madre recuperó la sonrisa.

—El final aún no está escrito, cariño. Pero no podemos permitirnos perder la esperanza.

❈ ❈ ❈

Más tarde aprendí que la esperanza era inútil.

Habían pasado varios años desde aquel momento en que mi madre había subido a mi habitación para distraerme con sus historias. Había aprendido que el movimiento secreto al que estaba unido mi padre era lo único que le plantaba cara a la tiranía del Emperador, demostrándole que el pueblo jamás lo aceptaría como su líder. Que lucharíamos por recuperar nuestra libertad.

Aquella mañana me había negado a acompañar al mercado a mi madre. Cassian no tardaría en venir a buscarme para continuar con nuestros entrenamientos; a pesar de que solamente contábamos con ocho y siete años de edad respectivamente, ambos teníamos bastante claro que queríamos formar parte de los rebeldes.

Y para ello tendríamos que entrenar duro.

Por eso mismo me había decidido quedar en casa, en vez de ayudar a mi madre yendo con ella al mercado. Mi padre dijo que había sido un alivio para él: aquel día había habido una redada por parte de las tropas del Emperador; alguien se había ido de la lengua y había señalado a algunos miembros de la Resistencia.

Entre ellos se encontraba mi madre.

Para cuando los agentes del Emperador irrumpieron en nuestra casa, mi padre había conseguido que hubiéramos reunido lo suficiente para poder largarnos a toda prisa; utilizamos los túneles subterráneos para poder movernos por debajo de la ciudad, dirigiéndonos a la base secreta de los rebeldes.

Siempre que le pedí a mi padre saber cómo había muerto, él se había negado a darme cualquier detalle.

Sin embargo, eso no evitó que lo averiguara por otros medios: los rumores corrían como la pólvora entre los rebeldes. Cassian no tuvo ningún problema en enterarse que mi madre había sido sorprendida en el mercado; quizá había sido vigilada y habían aprovechado su ida al mercado para poder apresarla.

Sin tan siquiera un juicio en el que mi madre hubiera podido intentar convencer de su inocencia, la habían conducido ante el propio Emperador. Allí ya le esperaba junto a su séquito de nigromantes.

«Las malas lenguas dicen que fue Roma, la puta del Emperador», dijeron. En aquel entonces ese nombre, ni siquiera aquel título tan vulgar y despectivo, no me resultó en absoluto familiar.

Con el paso de los años fui averiguando más cosas sobre la misteriosa nigromante que había asesinado a mi madre a sangre fría. La mujer que parecía disfrutar más que ningún otro de poder arrebatar vidas, además de calentar la cama del Emperador; las noticias sobre Roma fueron llegándome, acrecentando mi fuego interior.

Y mis ansias de acabar con el Imperio.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora