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Mi asombro y sorpresa solamente duraron unos instantes, los suficientes para que el nigromante me arrebatara de las garras de aquel noble de la Gens Villia y me colocara discretamente a su espalda; el rostro de aquel tipo se había puesto más pálido aún, si era posible: conocía de primera mano lo que sucedía cuando alguien contravenía los deseos del Emperador... o cuando alguien osaba maltratar a una de las concubinas del Emperador.

El estómago se me agitó violentamente al comprender que me había convertido, al menos aquella noche, en una de esas mujeres obligadas a cumplir las fantasías y deseos de aquel hombre.

De repente no estaba segura de querer que el nigromante me apartara del noble ebrio que me había abordado. Sin embargo, el joven entendió la amenaza implícita en las palabras del otro, pues me soltó como si mi cuerpo le hubiera quemado; inclinó la cabeza de forma forzada mientras daba media vuelta y fingía que nada de lo ocurrido había tenido lugar.

Los ojos del nigromante me contemplaron con un ápice de interés y yo me encogí de manera inconsciente, recordando las historias de miedo con las que mi madre había tratado de asustarme siendo niña cuando no quería obedecer; sabía que era una reacción estúpida, pero los rumores sobre la brutalidad de sus poderes corrían por las calles de la Ciudad Dorada, mostrándonos que podían partirnos como si fuéramos simples ramitas si osábamos contravenir las órdenes de nuestro señor.

—Tienes que acompañarme —me indicó—. Al Emperador no le gusta que le hagan esperar.

Tragué saliva y maldije mi mala suerte. Jamás habríamos valorado la posibilidad de que resultara elegida por el propio Emperador porque Enu y yo habíamos visto jovencitas mucho más atractivas y resultonas que nosotras; habíamos pecado de ingenuidad y habíamos fallado.

Me obligué a bajar la mirada de manera sumisa, dándole a entender al nigromante que le seguiría allá donde se me requiriera. Él dio media vuelta y empezó a moverse entre la multitud, encargándose de abrirme camino mientras los invitados me lanzaban miradas de interés al pasar por su lado; me atreví a espiar por el rabillo del ojo, intentando divisar a mi compañera y que ella me viera a mí.

La mano del nigromante apoyándose en mi hombro izquierdo hizo que perdiera la concentración en mi búsqueda, sobresaltándome bajo su contacto; giré mi rostro en su dirección y contemplé de nuevo su monstruosa máscara plateada. Un símbolo de lo que verdaderamente se escondía tras ella.

—Te guiaré hasta los aposentos privados del Emperador —me explicó y yo asentí automáticamente—. Tendrás que someterte a un nuevo registro para que comprobemos que no ocultas nada... peligroso. Después podrás hacer tu trabajo con el Emperador.

El estómago se me volvió a agitar ante la mención implícita de lo que sucedería aquella noche. Mentiría si dijera que no me encontraba asqueada por lo que estaría obligada a hacer; las posibilidades de que alguien frenara las intenciones del Emperador de divertirse aquella noche eran casi nulas. Por no hablar del hecho de que estaba desarmada y rodeada de nigromantes a los que no les temblaría lo más mínimo el pulso al acabar con mi vida.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora