Capítulo 24

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—No quiero entrar. —Le dije a Zac, mientras me empujaba a la oficina de Sebastián.

—Nena, por favor tienes que entrar. Esto no es por él, es por ti. —Me insto él con ternura—. Hazlo por mí.

—Sera jodidamente incómodo. —Le reproche.

—Lo sé, pero es tu obligación, sino, puede que te echen de la universidad.

—No es cierto.

—No se sabe Danna, con tu suerte es muy posible.

—Te odio. —Le dije y toque la puerta.

—Nos vemos más tarde Danna. —Se despidió con una señal—. Ah... No seas muy dura con él; la maldita es su madre.

Respire profundo y cuando toque la puerta, él me dijo que entrara.

—Ho... Hola. —Estaba algo nervioso.

—Hola. ¿Cómo estás?

—Bien... Eh... Siéntate.

—No es necesario, yo creo que lo mejor es no hacer más las sesiones...

— ¿Crees que porque estamos mal, no van a haber más sesiones? Te equívocas Danna, hay que separar lo personal, de lo profesional. Es lo básico.

—Eres tan...

—Guapo, encantador, inteligente...

—Irritante, absolutamente irritante.

Tome asiento, mientras él se preparaba para iniciar sus sesiones. Tenía su bata, junto con una camisa azul oscura y un pantalón negro que le quedaba de maravilla. Deje mi bolso a un lado.

— ¿Qué piensas de morir? —Preguntó de repente.

— ¿A qué viene eso? —Pregunte mientras se hacía un nudo en mi garganta.

—Dímelo.

—Nada, eso no te incumbe. —Estaba comenzando a enojarme.

—Claro que si ¿Le temes?

— ¿Qué?

—Háblame o entonces ¿a qué le temes de verdad?

—Ya basta, no quiero tener esta conversación contigo.

—Danna...

—No más, eres un imbécil. —Cogí el bolso y me dispuse a irme, él me detuvo.

—No, no te vas a ir. Dímelo... —me sentó de nuevo en la silla.

—No quiero ¿Qué es lo que intentas hacer? —Dije mientras luchaba contra él.

—Necesito saberlo.

— ¿Quieres saberlo? Bien te lo diré. —Dije entre dientes. —Vivo con miedo; miedo a que el cáncer regrese, miedo a que mis hijos hereden el cáncer, miedo a que a mi papá tengan que amputarle la pierna por una metástasis, tengo miedo de herir a la gente que quiero y no tienes idea de lo que es lidiar con lo que yo.

— ¿Lidiar con qué?

— ¡Con que a veces quisiera morir! —Casi grite levantándome y apretando los puños.

— ¿Cómo? ¿Morir? ¿Te das cuenta las barbaridades que dices? —Se enojó mucho.

—Era lo que querías escuchar ¿no? —Me acerque muchísimo a él.

—Bien Danna. —Se acercó al casillero y de ahí saco unas tijeras las puso en el escritorio frente a mí. —Hazlo.

— ¿Qué?

—Sí, si quieres morir, aquí tienes la oportunidad.

— ¿Hablas en serio?

—Sí. —Se detuvo un momento y prosiguió. —Pero piensa en tu mamá en lo mucho que ella te quiere, en tu papá él dice que tú eres su vida, en tus hermanos que sé que te aman, en Valentina que te ha acompañado en cada cosa que has pasado, en Zac tú no te imaginas como le cambiaste la vida a ese hombre y... —Se levantó, se acercó a mí y me obligó a verle... —piensa en mí, en lo mucho que te amo. Piensa en que lo único que harás es destruir una parte de nuestras vidas y nos preguntáremos en que fallamos cada día, porque te aseguró que por quienes lo haces ni siquiera se darán por enterados de que moriste y mientras tanto condenaras a los que te amamos a un infierno en vida ¿Eso es lo que deseas?

—Sebastián... —Las lágrimas ya tomaban escenario, me senté de nuevo, él tiene toda la razón—. Yo... Perdón... Lo lamento.

—Mírame mi amor. —Me dijo más cerca—. Yo estoy aquí y lo estaré siempre.

Lo bese. —No quiero separarme de ti.

—Yo tampoco. —Me besó de nuevo, me tomo por la nuca y me acercó a él—. Yo no puedo separarme de ti.

Me abrazo fuertemente. Y en ese momento sentí una paz que jamás había sentido, como si de repente el miedo ya no existiera, como si (aunque suene cursi) no existiera nadie más.

—Vámonos de aquí. —Me dijo.

Tomo mi bolso, luego mi mano y salimos corriendo, me subió al coche y arrancó muy deprisa, en un momento llegue a asustarme por la velocidad.

— ¿A dónde vamos? —Le pregunte.

—A donde sea. —Dijo agitado.

—Vamos a tu apartamento.

— ¿Segura?

—Sí. —Puse una mano en su pecho y pase mis dedos despacio por él—. Aún no has terminado ¿recuerdas?

—Danna... No voy a contenerme, te lo había dicho ¿verdad?

—Sí. Y no quiero que lo hagas.

El trayecto se me hizo larguísimo, necesitaba sus besos, sus caricias, sus palabras, su toque sensual y el aroma tan exquisito de su piel, lo necesito a él en toda la extensión de la palabra, quiero que sea mío y quiero ser suya, desde que nos acostamos pienso en las sensaciones que me produce cada cosa que él hace.

Cuando llegamos el aire se volvió muy pesado. Sentí que la ropa me sobraba, y quite mi chaqueta.

Me sobresalte cuando Sebastián me beso como si fuera una necesidad, como si besándome pudiera olvidarse de algo, y yo lo hacía cuando su boca tentaba a la mía, por ese segundo solo pensaba en lo mucho que le amaba, en lo que nos envolvía.

Empezó a desnudarme despacio, como si en eso se le fuera la vida, me observó con cautela, como si quisiera grabarme así en su memoria.

—Danna... quiero hacerte mía. —Dijo mientras con cautela deslizaba las tiras de mi sujetador.

—Hazlo... —Le quite la camisa.

Tomo mis mejillas entre sus manos y me obligó a verle. —Esto no sucederá de nuevo, ¿vale? No dejaras que mamá nos arruine.

—Te lo prometo.

Me cargo entre sus brazos y me llevó a su alcoba. Ese lugar se convertía en un lugar de escape, donde sólo existamos él y yo,

Siempre pensé que hacer el amor implicaba solamente tener sexo y con él vinieron muchos conceptos reales sobre lo que significa hacer el amor, y es que no sólo es sexo, es sentir que tienes una conexión más allá de lo físico, es conocer un mundo nuevo, con un roce, con una caricia, es ponerse en los zapatos del otro y darte cuenta que puedes sentirlo muy unido a ti, es (y odio que suene muy cursi) atar tu alma, y aunque lo que siento por él aún me asusta, siento que de alguna manera es todo lo que espero, todo lo que necesito para ser feliz, él se ha convertido en un puente que va hacía el paraíso.

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