Nuevos personajes. Nuevas locuras. Nuevas amistades. Nuevo chico. La secuela de She is one of the boys está aquí.
Dylan Carter logró sobrevivir a un cambio radical en su apariencia, a su caótico penúltimo año de secundaria y a un montón de alocadas...
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La mañana del lunes comenzó mejor de lo que creí, bueno, para ser lunes. Casi salté de felicidad cuando los chicos lograron hablar conmigo la noche del domingo vía Skype, atrofiados, con aspecto horrible y cansado, pero lo hicieron. Todo fue mucho mejor en cuanto se disculparon por el espectáculo de borrachos y me aseguraron que no recordaban la mitad de la conversación. Aunque me dijeron que por alguna razón, tuvieron un extraño sueño que involucraba a Ramón. Gracias a los dioses del destino, cambiaron el tema enseguida y se olvidaron rápidamente del asunto.
—La próxima vez que vayamos a pescar, prometo que te llevaré con nosotros —me decía Matthew mientras caminábamos hacia mi casillero.
—Está bien, no tienes que sentir lástima por la loca —le aseguré, encogiéndome de hombros.
—No es lástima, es que te compadezco por lo de tu mamá. —Él se echó a reír.
Definitivamente, había llegado a la conclusión de que mamá le estaba comenzando a afectar la menopausia. Si creían que lo del domingo había sido extraño, ser recibida en la cocina esta mañana por Stephanie Hassen y una mesa llena de comida de panadería y frutas, pidiéndome compartir un desayuno con ella, rozaba la demencia. Me preocupaba que de un segundo a otro, su intensidad había subido de nivel, mucho. La última vez que estuvo así de atenta fue cuando nos informó que se divorciaba de papá.
—Esta tarde podremos relajarnos, ¿sí? —comentó, emocionado—. Al fin tendremos toda una tarde para disfrutar sin interrupciones. Sin detención, sin problemas, sin Hun... —La voz de Matt se vio interrumpida súbitamente por Hunter, quien se encontraba recostado sobre el casillero contiguo al mío.
El sonido de su teléfono me dijo que jugaba Pacman mientras me esperaba.
—¿Qué quieres? —le espeté en cuanto estuvimos cerca.
Mi molestia hacia él hoy era por partida doble, uno; por ser Hunter, y dos; por permitirle sembrar curiosidades frustrantes en mi cabeza.
Hunter alzó la vista ante el sonido de mi voz y sus ojos se toparon primero con los de Matthew. Se miraron fijamente por un incómodo momento, hundiéndose en un duelo de miradas. Matt, demostrando lo mal que el chico le caía, y él, como si estuviera jugando a quién pestañeaba primero.
Después de unos segundos de ridículo silencio, McLaggen rompió contacto visual para poner su atención en mí.
—Tenemos una conversación pendiente, ¿recuerdas? —me dijo, curvando una sonrisa—. ¿O ya te olvidaste de nuestros profundos e íntimos mensajes de texto de ayer?
Puse los ojos en blanco y comencé a meter mis libros con fiereza a mi casillero. Mi lunes por la mañana quedaba oficialmente arruinado.
—¿No podías esperar hasta más tarde? Ver tu cara acaba de arruinar el lunes apenas soportable que estaba teniendo —resoplé, terminando de meter el último libro.
