Mi número

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—Lamento la osadía, pero ya no podré llamar desde el trabajo.

Por instinto miro la pantalla para checar​ el número desconocido.

Es diferente del que suele llamar.

—¿Estoy causándote problemas en el trabajo? —pregunto aferrándome con fuerza al tubo metálico del metro.

Es la hora pico y no hay espacio personal, aquí todos rozan con todos.

—Los problemas me los causo sola, soy yo la que llamaba, no tú.

Sonrío cabizbajo.

—Entonces... ¿Este es tu número?

—No, Thomas, lo estoy llamando desde un teléfono público para ofrecerle un pack de promoción. —Emite un jadeo lleno de resignación—. ¡Claro que es mi número, hombre!

—Solo quería asegurarme.

¿Así comenzaremos? ¿Este es el inicio de algo?

—No se lo dé a nadie, ¿está bien?

«No tengo a nadie», pienso de pronto.

—No lo haré, solo lo tendré para mí.

Silencio.

Eso ha sonado extraño y muy perturbador.

—Lo que quiero decir es que...

La mención de su nombre dentro del espacio que permite ver y oír el vagón del metro provoca que guarde silencio. Alguien ha dicho su nombre y esa voz ha sonado por ambas fuentes, el vagón y su celular.

Eso quiere decir que ella, Ross, está aquí, en el metro. Conmigo.

¿Quién es?

¿Quién de todas las que están aquí es?

Tengo la necesidad de elevar la cabeza y contemplar por encima de todos, querer descubrir cómo es la persona con la que he hablado durante la semana. Pero me retracto.

Si la veo y ella me ve será un problema.

Saldrá corriendo despavorida al verme: quemado, marcado, hecho un desastre.

Es así con todos.

—¿Está en el vagón, Thomas?

Su pregunta es una bala que dispara y atraviesa mi cabeza. Me aterro. Me aterro ante la idea del descubrimiento.

Miro la pantalla y finalizo la llamada.


***


La campanilla del microondas resuena por todo el piso. Mi ramen ya está listo para ser devorado durante el largo rato en que pretendo llamarme idiota. Porque eso es lo que soy: un idiota a quien le remordió la conciencia y tuvo miedo.

No debí cortarle la llamada, no después de que ella amablemente me ha llamado tanto de su trabajo como de su número personal.

Soy un cobarde, esa es la descripción que mejor me queda.

Desde hace once meses y veintitrés días lo soy.

Cojo el ramen y me siento en la cama, en la oscuridad, con la luz de la lamparilla iluminando el cuarto. Pienso en las llamadas anteriores. Es tiempo de recibir la llamada de Ross, aunque dado a lo que ocurrió en la mañana dudo que lo haga.

Tal vez yo...

Mi tonada de celular suena.

Contesto.

—Buenas noches, Thomas.

Qué dicha es oírla con su voz pasible.

—Ross, debo disculparme por lo de hoy. Lamento haber cortado, yo... —Temía que se horrorizara al verme, pienso para mis adentros—. Yo quiero conservar esa parte del anonimato —digo finalmente.

—Okey, entiendo. No te preocupes, no pregunté si estabas en el vagón para hablar cara a cara de todos modos.

—¿Y lo hiciste?

Mi pregunta desemboca en un silencio que taladra mi conciencia.

—¿El qué? —pregunta con inocencia.

—¿Me viste?

—Nop, me distraje con una amiga.

Mi última señal ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora