Delatado

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Ross se encuentra a solo unos metros de mí, observándome directamente, con una sorpresa raspante. Nadie más está aquí, en el metro, solo nosotros. El mundo está ocultándose y todo quedó en silencio para delatarme, porque un secreto no puede guardarse para siempre.

Soy presa del miedo. No quiero quedarme solo en este mundo, no cuando comenzaba a mejorar.

—Thomas...

La mención de mi nombre solo hace que las cosas empeoren. Da un paso en mi dirección. Por instinto retrocedo cubriéndome el rostro, ocultando la piel corrompida por el fuego. No quiero que se acerque, pero tampoco quiero que se marche.

No quiero que esto termine.

Disfruto charlar con Ross, disfruto de su compañía detrás de un celular.

Pero no me merece. Yo ni siquiera merezco su lástima.

Ajusto la capucha sobre mi cabeza para ocultarme. A veces huir no es de cobardes, sino que es la opción más favorable. Dolerá menos cuando las llamadas queden en nada, cuando las conversaciones sean recuerdos.

Emprendo mi camino de regreso a la superficie, apresurando el paso e ignorando sus llamados.

Créeme, Ross, es mejor así. Estoy simplificando las cosas.

—¡Thomas!

El grito resuena por toda la estación, sin embargo, eso no es motivo para detenerme. El eco de sus tacones se intensifica, puedo sentirla cerca, tan cerca que tiemblo por dentro. Apresuro el paso y pretendo correr.

«Soy un imbécil», me reprendo para mis adentros.

El choque de los zapatos cesa y me detengo. Algo me obliga a hacerlo.

—¿Por qué huyes de mí?

Empuño mis manos conteniendo la fuerza. Respondo sin girarme.

—Estoy huyendo antes de que tú hagas lo mismo, eso es todo.

Suelta un jadeo lleno de incredulidad.

—Pero yo no estoy huyendo, yo estoy buscando —vuelve a tirar de mí—. Y te encontré.

Reúno el valor necesario para girarme, oculto bajo pliegues y pliegues de vergüenza. Sus ojos expectantes se cruzan con los míos. No puedo permanecer tanto tiempo mirándola.

—¿Acaso no me ves? —pregunto girando el rostro para delatar mis quemaduras—. Mírame, Ross.

—¿Qué?

—Soy... Estoy cargando con los errores de mi pasado, estoy marcado para siempre.

—Yo solo veo el rostro de una persona rota —musita acercando sus manos a mi rostro. Lentamente baja la capucha que me esconde del mundo—. Nada más.

Va huir cuando sepa por qué las tengo. Lo sé, y eso es lo que más duele.

—Todo este tiempo fuiste tú, el sujeto de la capucha...

Ahogo una carcajada seca bajando mi cabeza y mirando nuestros zapatos, la diminuta distancia que nos separa.

—Gracias.

Mi agradecimiento repentino provoca que guarde silencio. Atreviéndome a mirarla, me encuentro con su expresión confundida.

—¿Por qué?

—Por llamarme como El sujeto de la capucha y no El sujeto con la cara quemada.

Mi última señal ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora