Los monstruos no merecen amor

35.9K 7.6K 2K
                                    


Me dejo caer contra el asiento de vagón y me levanto otra vez recordando que pasé sentada durante horas.

Mi día de trabajo estuvo como de costumbre: aburrido.

He pensado en llamar un par de veces a Thomas, matar el tiempo como en los viejos tiempos. Lamentablemente no puedo hacerlo a menos de que trate que la vicepresidenta ejecutiva de la vicepresidenta —cargo inventado por mí— me despida de una patada.

Bien, no me quejaré del todo sobre mi trabajo pues he comenzado a poner en práctica las clases online para socializar.

Es broma, no existe tal clase.

Mis compañeras de trabajo son bastante simpáticas, cada una con una anécdota diferente que contar sobre el call center.

"Romances tras la línea", le llamaron y la pregunta sobre si ya tengo a mi chico o chica tras la línea no tardó.

Simplifiqué la situación al decirles que no. ¿Cómo podría decirles lo de Thomas Morgan?

Prefiero guardarlo para mí.

Hoy lo encontré en el vagón. Nunca antes lo tuve así de cerca.

Tampoco creí que se alarmara​ cual perro maltratado al tocar su rostro.

Aún siento el tacto de su rostro en mis dedos, la zona afligida de sus quemaduras, la textura quebrantada de su rostro.

Quiero llegar a casa para preguntarme por qué lo hice, reflexionar y después, decirle que lo acaricié por... por...

No se me ocurre nada.

Mi creatividad se ha marchado.

Genial.

—¿Voy demasiado rápido? Puedes decirlo, no me molestaré.

—¿Dónde estás?

—Voy camino a casa. Sólo... Si te molestó mi gesto de la mañana dímelo, no lo haré. Fue un arranque.

—No me molestó, Ross, me aturdió. No estoy acostumbrado a tales muestras de afecto, siempre recibo lo contrario. Los monstruos como yo no los merecemos.

—No sabes lo que dices, Thomas. Todos merecemos algo de amor. Tú mereces amor.

—El amor no me merece. Tampoco tú.

—No digas tales cosas. Te dije que no huiría, me gusta hablar contigo, me gusta estar contigo.

—Eso es...

Detengo el paso frente al edificio donde resido. Del lado contrario a la acera, Thomas viene caminando.

—Bueno.

Corto la llamada y él también. Se aproxima.

—Thomas, no eres un monstruo —mascullo al tenerlo de frente.

—Dirías lo opuesto si conocieras el porqué traigo esta quemadura.

—No me importa qué pasó detrás de ella.

Esquiva encontrarse con mis ojos. Rehúye de ellos mas trata de no hacerlo.

—El día en que te olvides de ella vas a comenzar a vivir. Ahora lo estás haciendo, pero no por ti, sino por mí. Fue porque llamé.

—Retrocedería los días hasta esa noche solo para que volviera a conocerte. Eres mi última señal, no sé dónde estaría si no fuera por ti. ¿Entiendes? Vivo por y para ti.

Quedo en silencio viendo cómo retoma su paso. Digiero sus palabras con lentitud, por eso, al verlo de regreso me quedo sorprendida.

Recuerdo la otra noche y espero a que diga algo, pero no lo hace.

Un impulso me lleva a dar otro paso hacia la exploración de su cuerpo y, en una sincronización creo que nos besaremos. Nos acercamos, más y más, consumidos por el brillo de nuestros ojos. Las chispan están en el aire.

—No puedo hacer eso —corta Thomas, cubriéndose la cara—. No puedo... con todo esto. Ross..., debo contarte algo.

Su expresión de culpabilidad desata una onda de desconfianza y temor. Miro en su misma dirección, hacia el séptimo piso del edificio donde resido.

—Yo estuve aquí —confiesa—, ese día del incendio. El día en que el fuego consumió todo el piso.

—¿El día en que mi familia se destruyó? —pregunto con la voz quebrada.

Thomas responde con un movimiento leve.

—Estuve aquí cuando los gritos desesperados se fueron apagando. Aún escucho los gritos clamando ayuda, rogándole a Dios que todo parara. Estaba dentro del edificio en mi primer día de servicio como bombero, no debía estar aquí pero el incendio se extendió tanto que me obligaron. Recuerdo los gritos desesperados buscando ayuda, y no pude hacer nada. Me quedé paralizado del miedo. Tantas vidas inocentes y yo... no pude hacer nada. Soy un cobarde que prefirió interponer su vida ante la de los demás. Corrí, huí y me escondí, pero el fuego también me atrapó. Pude salvar a tu familia, ¿entiendes? Pero no quise. Y mi quemadura es ese perpetuo recordatorio.

Sus manos sobre mis hombros se sienten tan... extrañas.

—Perdóname, Ross. 

Mi última señal ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora