Lo que pasó después

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Entro al baño público del metro para llenar con agua su botella vacía. Busco mi celular y veo la hora. Son las dos de la tarde y su horario es inquebrantable, por eso dudo mucho encontrarla esperando el metro o en el vagón.

Observo mi reflejo en el espejo y suspiro. Traigo una gorra, dejé atrás la capucha como un reto que significase el progreso de mi vida.

Al principio me costó dejar atrás la capucha que me ocultaba del mundo, la que me resguardaba de algunas miradas. Luego fue cuestión de asumirlo. Entendí que, entre todas esas miradas de curiosidad, de horror, de compasión o de susto, solo hay una que me importa de verdad: la mía.

Conocer a Ross me ayudó a entenderlo. Seguir adelante, progresar como persona, dejar atrás los males depende de mí, de mi percepción y mi ambición. Sí, el mundo afecta e influye, pero yo permito en qué grado me afecta.

Y si lo hace, estoy seguro de que Ross estará allí para recordarme que puedo hacerlo.

No, que podemos.

Ella es mi consuelo, yo soy el consuelo de ella. Así nos complementamos dando sentido a nuestra existencia, desintegrando los fantasmas del pasado después de que nuestro comienzo surgiera en el desolado piso 7 del edificio que una vez se incendió.

Me recibo con una sonrisa y me acepto, así sé que todo anda bien.

En mi bolsillo el celular suena.

—Buenas noches, mi nombre es Ross Alexander. Estoy llamando desde la compañía Reburn para ofrecerle una promoción. ¿Es usted Thomas Morgan?

—¿Ross? ¿Qué haces? ¿Por qué llamas? ¿No estás en el trabajo?

—Quiero que me despidan —explicó—, ya no me queda nada de trasero y no me quedará nada si continúo sentada aquí. Mi psicóloga dice que si no estoy conforme con el trabajo es conveniente que lo deje. Además, extraño los viejos tiempos, las primeras llamadas. ¿Qué haces?

—En el metro, queriendo que lleguen las siete.

—Igual yo, estoy anhelando celebrar ya.

Hoy se cumplen tres meses desde que Ross realizó la llamada y yo la respondí.


***


A las siete de la tarde, el sol se comienza a esconder. El metro se hace aún más pequeño entre tantos habitantes y turistas que pretenden emprender su viaje de regreso a casa. Entre ellos voy yo, que me adentro al vagón en compañía de un pequeño ramo de rosas.

Espero que con tantas personas las rosas no se estropearan mientras ruego que el gesto cursi sea bien recibido por Ross.

Dentro del vagón, las puertas se cierran a mi espalda. Lo siguiente que siento es el suspiro agotado de una persona ya conocida. Me giro tratando de ocultar el ramo de rosas, sin embargo, la suspicacia de Ross es mayor.

—¿Un ramo de rosas en la primera cita? —pregunta en lo que traza una sonrisa torcida.

—¿Está mal?

—Es perfecto. Y ese jockey no te queda nada mal.

Ross recibe el ramo resguardándolo en su pecho, oliendo el aroma de los pétalos que se entremezclaban con el olor a ropa limpia que sentí la primera vez que la tuve así de cerca.

Nuestra vida da buenas señales, y apostaría que son las primeras de muchas a futuro.

Mi última señal ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora