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Giselle.

A la mañana siguiente, cuando suena la alarma, ya estoy despierta. De hecho, apenas y he podido pegar el ojo durante toda la noche después de aquella pesadilla.

Hay un revoltijo en mi estómago, a causa de lo nerviosa que estoy, que me tiene inquieta.

Si el instituto de por sí ya es difícil, molesto e irritante, ahora imagínense tener que ir a uno completamente nuevo, cuya única conocida es una hermanastra de la cual no sabías sobre su existencia hasta hace menos de 24horas.  

Terrible, lo sé.

Pero, bueno, mejor empecemos con esto de una vez.

A movimientos lentos, me coloco de pie y me abro paso hacia el lugar en donde he dejado todo preparado para el día de hoy. Agarro mi toalla y salgo de la habitación. Una vez en el pasillo, noto que ya ha empezado el movimiento en la casa. Sophie está recién levantada, y camina por el pasillo, sosteniendo un teléfono en una mano y tallándose el ojo con la otra. Viste una bata de pijama horrible, que parece de anciana en realidad. Su cabello está recogido en un moño alto y descuidado, muy desordenado y similar al mío.

— Buenos días. — Saludo cuando ella lo hace y, regalándome después una sonrisa, la veo pasar de largo para ir hacia la sala.

Cuando llego al baño y miro la puerta de madera cerrada, levanto mi mano y la hago puño para tocar. Creo que esto será otra cosa a la que me daba acostumbrar: tener que esperar para usar el baño.

En California, yo tenía mi propio baño.

Estoy a punto de golpear la madera con mis nudillos cuando la puerta se abre, revelando así la figura de Hannah, la cual sigue infundida en su pijama rosa de conejos blancos.

— Es todo tuyo — dice, guiñándome un ojo y pasando por mi lado.

Le agradezco con una pequeña sonrisa en los labios y la veo avanzar por el pasillo hacia su habitación. Papá viene en sentido contrario, aun vistiendo su pijama oscura, y apenas me da tiempo de darle los buenos días cuando me besa la frente y sigue de largo hacia la sala.

Dejo salir el aire, agotada sin siquiera haber empezado el día, y me meto al baño. Al pararme frente al espejo, hago una mueca. Ya hay ojeras y bolsas bajo mis ojos, consecuencia de la pesadilla y la mala moche que pasé. Es un muy mal aspecto para empezar el primer día.

Ni modo, ahí te voy Hemsworth, con mi cara de muerta.

Me empiezo a desvestir de prisa y, al entrar a la ducha, abro ambos grifos a la vez, tanto el de agua fría como el de agua caliente, mezclándolos y logrando un agua a temperatura agradable.

Mis músculos agarrotados se relajan de inmediato al contacto de mi piel con el agua, y cierro los ojos, disfrutando de la increíble sensación que me empieza a invadir. Por un corto segundo, me olvido de absolutamente todo: me olvido de dónde estoy, que papá se ha casado y yo ni idea de ello, de que estoy a punto de empezar el último año, en una escuela nueva… Pero, entonces, alguien llama a mi puerta. Es papá, avisando que él nos llevará a clases y que debo darme prisa.

Suelto un bufido.

Genial.

Una vez que termino de ducharme, me lavo los dientes y salgo hacia mi habitación donde me encierro con seguro. Me encamino hacia donde la ropa que preparé ayer se encuentra. Tomo las prendas entre mis manos y, al quitarme la toalla, empiezo a colocarme mi ropa interior. Voy a mi armario, de donde me echo desodorante y agarro mi crema para la piel y empiezo a echarmela en el cuerpo. Una vez lista, prosigo a colocarme mi ropa: empiezo por el jeans oscuro, luego voy por mi camisa manga larga negra y al final me coloco mis botas de nieve. Coloco la toalla en su lugar, mi pijama la doblo y la coloco sobre la cama, y mi ropa interior sucia la meto en la pequeña cesta de ropa sucia que está en la esquina de mi pequeña habitación.

Dulce Debilidad © Libro 1 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora