De violetas y anaranjados

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La madrugada es el temor de los poetas;

se acerca el día,

es cuestión de minutos,

el reloj grita que corras a contrarreloj

en una carrera contra el tiempo

y escribas algo decente antes de caer dormido.


Y no puedes más que observarla en silencio.

Ver cómo las primeras luces se cuelan por la persiana

e hilvanan un vestido de luces sobre su torso.

No te atreves a tocarla.

Sólo la observas y te sumes en la cada vez más efímera oscuridad.

Te consumes, como tu cigarrillo entre los dedos.

Sorbes lo que queda del vino de la noche anterior.


Y dejas caer la copa sobre la mesa.

No cae bien;

tropieza, porque es algo torpe,

y se estrella contra el suelo convirtiéndose en mil pedazos de cristal.


Con cuidado de no cortarte, posas los pies desnudos sobre el suelo.

La ropa interior se desliza por tu cuerpo y cae al suelo.

Ni siquiera reparas en ella.

Sólo en la pintura violeta y anaranjada que yace en el suelo.


La coges.

Hundes los dedos en ella.

Y, por fin, cuando el primer pájaro despierta,

escribes poesía sobre su piel.


Tres puntos.

De Orión.

Otros siete.

La Osa.

Y uno más allá, escondido entre su pelo rebelde, perdido en su nuca;

el último.

La Polar.


Una desesperada historia de amor a cuatro manos,

escrita en las estrellas.

De cómo se amaban

y se unían las unas con las otras.


De cómo las estrellas formaban puentes fugaces

enterrados en las profundidades de la Vía Láctea;

como cada noche del siete de julio

se reescribe la leyenda de Vega y Altair.


Y por fin

hacen el amor.


Y ella despierta.

La noche se acaba

y el cuento con ella.


Pero te atreves a escribir la luna en su clavícula

a rimar con tus dedos sobre su piel

a dibujar cuando ya no queda pintura

y a bailar aunque siga húmeda.


Para contar otra historia de amor.

Que queda escrita en violeta y naranja

sobre las sábanas

inundadas de luces de madrugada.

po(rn)esíaWhere stories live. Discover now