Capítulo 7

529 84 8
                                    

Lucas fue dado de alta pocos días después, exactamente el Lunes.

Se encontraba en casa, rozando con las yemas de sus dedos los pétalos de las peonias que había recibido pocos días antes por parte de esa persona desconocida de la cual no sabía ni el nombre.

- ¿Quién será? ¿Quién será? - Pensaba una y otra vez. - Ah, ¿Quién eres? - Suspiró, tumbándose sobre su cama mientras miraba el techo.

Lucas cerró los ojos, dejándose llevar por las cálidas memorias al recordar cada uno de los ramos regalados que tanto amaba.

Estaba feliz. Le gustaban, los adoraba. Lucas nunca fue un chico que llamaba la atención y su lista de amigos era muy corta; siempre lo fue. Después de la perdida de su madre y hermano, el pequeño Lucas se cerró completamente a todos, incluso a su propio padre. Las amistades pasadas desaparecieron, se convirtió en el objetivo de la mayoría de los mal tratadores, y como apenas tenía autoestima, se dejaba hacer, pensando que quizás sería lo mejor para todos.

Perder a su hermano mayor a tan corta edad le dejó... Vacío. Cuando antes solía contarle muchas cosas a su padre, -siempre a través de señas- ahora ya no solía ni mirarle a la cara. Sabía muy bien que era muy egoísta de su parte, después de todo, su padre también había perdido a un hijo y a una magnífica esposa. Sin embargo, no podía evitarlo, deseaba vivir apartado y lo único que se lo permitía era el pensamiento de que si actuaba como si fuese invisible, jamás le sería una molestia a su padre, quien al contrario, lo veía como una esperanza de seguir adelante.

Una noche, poco después del entierro de sus familiares, Lucas escuchó a escondidas la conversación de su padre con su abuelo, sentándose al principio de las escaleras del piso de arriba porque no podía dormir. Entre todas las lágrimas y sollozos silenciosos, pudo escuchar como su padre le decía a su abuelo que Lucas mismo era la única razón por la que valía seguir adelante. Y cada vez que Lucas lo recordaba, se le escapaban las lágrimas y un sentimiento de culpabilidad provocaba que su corazón pesase exageradamente. Era por todos esos esfuerzos que su padre hacía por él que Lucas seguía intacto, y se lo agradecía de corazón, porque su padre era quien lo salvaba de si mismo.

Como Lucas estuvo desde pequeño acostumbrado a los golpes y las burlas, no se sorprendió cuando ya tenía detrás a los matones de la clase, pero jamás pensó que alguien le ayudaría. Recordaba siempre todas esas veces en las que un chico de pelo como la tinta se interponía para defenderlo a él. Recordaba unos ojos como las violetas que solía plantar su madre en el jardín y una mirada cargada de pena. Odiaba esas miradas, era por eso que cuando el desconocido trataba de entablar conversación después de ahuyentar a los agresores, el menor solía salir corriendo, sintiéndose miserable e inútil.

Sabía lo suficiente de ese chico: que se llamaba Ness y que era lo que otros llamarían "la mascota de los profesores", pero como era tan amable y animado, también era muy popular entre sus compañeros de clase, porque Lucas sabía claramente que iban a la misma clase. Incluso a veces, después de haberlo visto por los pasillos, lo observaba un poco en clases, solo porque tenía curiosidad.

¿Y quién no la tendría? ¿Por qué se empeñaba tanto en salvarle el pellejo cada vez que se metía en problemas? Si ni siquiera se conocían de nada. Aveces a Lucas se le hacía curiosa las intenciones de sus compañeros de clase.

Pero ese tal Ness no fue el único que le sacó de onda, sino también la persona misteriosa que empezó a mandarle cartas y los ramos de flores más bonitos jamás vistos.

Lucas conocía a la perfección el lenguaje de las flores gracias a su madre, quien era una aficionada de las plantas y les enseñó a su hermano y a él desde pequeños. A él le fascinó tanto el tema que acabó pidiéndole a su queridísima madre que le enseñara cosas extras de vez en cuando, y Lucas -además- solía también hacerle muchas preguntas. Al final siempre fue él el que aprendió más que su hermano, ya que este prefería - a pesar de también amar las flores- cosas como los misterios de la galaxia o esas cosas tan raras que solía explicar a la hora de cenar o durante los desayunos.

Cuando recibió el primer ramo de flores, se sintió abrumado, como si esos tan simples obsequios fuesen como millones de ojos posados sobre él. Lucas odiaba llamar la atención de tal manera, así que decidió deshacerse de las pruebas y regalar -aunque le diese pena- las flores a alguien que las disfrutaría mucho más.

El segundo ramo, en cambio, lo sorprendió de sobremanera, ya que había pasado mucho tiempo desde el primero y se había convencido de que era una broma pesada. Pero se equivocó. Se sintió mal cuando, en la carta, el desconocido parecía afectado por haberse deshecho de tales detalles, aun así, esa vez solo se quedó con las flores porque decidió que sería de muy mala educación regalarlas nuevamente -además de que le estaba dando falsas esperanzas a una de las chicas más populares de la clase- pero la carta fue desechada al cubo de basura nuevamente. No quería volver a leerla y hacerse esperanzas él mismo.

En cambio la tercera ya no pudo rechazarla.

Era el dulce aroma de las flores de melocotonero y los pálidos colores de los platycodons que atrajeron su atención. La carta, escrita con esmero, le revolvió el estómago al llenarlo de pequeñas estrellas fugaces. Las palabras escritas y los sentimientos que cargaba le llegaron de golpe al corazón, y aunque lo descartó de inmediato, por unos momentos se planteó la idea de que, a lo mejor, la persona anónima detrás de todas esas cartas podría ser ese tal Ness. Pero cuando lo pensó solo pudo reírse internamente, porque -se dijo a si mismo- seamos realistas, ¿En qué momento podría él atraer a alguien tan popular como el muchacho de ojos violeta? ¿Cómo? Era una estupidez. Y aun así, cuanto más lo pensaba y más le daba vueltas, más sentido tenía, después de todo, Ness -tras sacarlo de cualquier escándalo- parecía tener la intención de hablar con Lucas, pero éste siempre huía, queriendo que se lo tragaran las raíces de los árboles. Tendría sentido el pensar que -quizás- al verse rechazado en persona, Ness decidió enviarle cartas, pero entonces eso no explicaba las flores. Lucas estaba convencido de que Ness solo quería hablar para -como pensaba él- preguntarle si estaba bien o como máximo darle algún que otro consejo, porque era un compañero amable y nada más. Así que las cartas llenas de lo que uno llamaría amor, o cariño, y las flores de regalo no cuadraban con nada de lo que Lucas pensaba de Ness, así que se había completamente negado a creer que esos detalles fuesen de parte del chico más popular.

Pero, si no era él entonces, ¿Quién podría ser? 

Continuará...

Amor mudoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora