Capítulo 37

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Cuando la flecha se hundió en el costado de lobo este dejó escapar un grito de dolor que llenó todo el lugar y silenció cualquier sonido; de los que nos encontrábamos en el bosque, todos contuvimos el aliento, los miembros de la manada que presenciarían las ejecuciones parecieron congelarse en sus lugares. El terror reflejado en los ojos del lobo ileso -que no era por si mismo, sino por la loba herida- dejaba claro el tipo de lazo que ellos tenían: compañeros. El tío de Álex se acercó a su pareja, todavía como lobo, y con sus mandíbulas sujetó la flecha desde el extremo que sobresalía del pelaje de ella y tiró, quitándola de su cuerpo. La sangre comenzó a mojar el pelaje claro de la mujer y luego cayó al suelo, volviendo la tierra de color carmesí.

-- Veneno...-- Leo murmuró a mi lado. Lo miré. Él parecía tan hipnotizado como todos los demás con la escena, no podía despegar sus ojos de la pareja de líderes, pero a diferencia de la mayoría de los presentes, un brillo de inteligencia y astucia brillaba en sus ojos: él no olvidaba a qué había ido allí  -- La flecha estaba envenenada.

La mujer volvió a gritar de dolor y el lobo no podría estar más agitado y desesperado, movía su cabezo en todas las direcciones y olía el aire, intentando captar una señal que indicara al culpable. Probablemente quería salir a cazarlo, pero no lo haría con la mujer herida a su lado. El sonido del leve lloriqueo de ambos lobos fue casi inaudible para mis oídos, pero la cantidad de emociones y sentimientos que expresaban era chocante. Ambos parecían tan asustados, ella de la muerte y él de no poder hacer nada al respecto. La impotencia no es algo bueno de sentir.

Pero, ¿Por qué me sentía tan mal cuando había sido yo quien los había querido asesinar en primer lugar? 

Simplemente no podía ver como ella agonizaba y el lobo hacía sonidos de llanto. Bajé mi rostro y con mis manos tapé mis oídos. El mundo de los hombres lobos era así, todos deben ser capaces de asesinar a sangre fría, pero, ¿Por qué? Es un sistema cruel que siguen las manadas, en el que la única forma de conseguir respeto es ser fuerte físicamente. En el que una pareja manda a los demás por derecho de sangre y nadie puede interferir en su mandato a menos que pase a llevar a otra manada con sus reglas.

Y pensé en Alexander. Él era un alpha ahora, aunque yo para mi esa idea me parecía ficticia y seguía viéndolo como mi mejor amigo, el resto de las personas ya no lo hacían. Para los ojos del mundo, ahora él era alguien. Y si alguien más quisiera su lugar -ser poderoso, exitoso y respetado- ¿Serían capaces de asesinarlo? ¿De asesinarme, de paso, a mi también?

¿Qué tan hipócrita era por casi no poder concebir la idea de que alguien quisiera quitar a Álex del camino intentando asesinarlo cuando yo lo había hecho con alguien más? Yo había intentado asesinar. Pensar en mi misma poniendo el veneno en la comida me parecía tan lejano, pero lo hice.

¿Era como ellos?

Allí, sujetando mis orejas con fuerzas y manteniendo mis ojos completamente cerrados para no ver como llegaba la muerte por una persona, decidí que no podía permitirme quedarme y participar en su mundo. Estaba cambiando, volviéndome retorcida y violenta. Y si no fuese por Diego, habría dado inmediatamente media vuelta y salido de ese campo de batalla. Todo había comenzado por él, debía terminarlo.

Si algo podía hacer para tranquilizar un poco mi conciencia, era ayudar a todos esos niños atados y aterrorizados. Los mismos rostros que al  ver la escena de pena y dolor de la pareja de alphas lloraban por ellos. No por si mismos. No por  casi haber sido asesinados. Lloraban por otros.

Sentían compasión por aquellos que los iban a asesinar.

Y entonces el mundo salió de su trance. La cámara lenta se fue. Vi como de distintos lugares oscuros al interior del bosque salían grupos de personas y lobos que se dirigían a toda la muchedumbre. El de Leo no fue la excepción.

Behind the glassDonde viven las historias. Descúbrelo ahora