La teoría del caos.

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- Imaginá si se rompe un vaso de vidrio, y luego, llega una persona que no lo ve, apoya la mano con fuerza y se corta justo en medio de su palma derecha. ¿Podemos resaltar la estupidez de aquella última persona? ¿O deberíamos pensar en la negligencia de quien dejó el vaso roto? Pero no quiero frenar ahí, imaginá también que luego puede llegar otra persona, que casualmente, sepa de primeros auxilios. Cuánta casualidad se precisó en aquel cruce de ojos ahora suturando las heridas. ¿Y acaso aquello no es culpa también del vaso, de quien lo dejó caer, de quien no lo recogió y de aquella que se interesó en los primeros auxilios?
Hagamos una síntesis: Alguien dejó tirado un vaso y de alguna extraña manera dos se estaban enamorando un tiempo después, dos ahora agradeciendo sin saber por qué a un vaso, que durante gran parte de sus vidas, a ninguno de los dos importó.

Imaginá si se rompe un vaso de vidrio, llega una persona que no lo ve, apoya la mano con fuerza y se corta en medio de su palma derecha, y luego llega otra persona, tanta casualidad para que nuevamente se crucen dos a causa de un vaso. Pero ahora, aquella última persona en la escena resalta la estupidez, con fuerza, con énfasis, con ganas de generar aun más heridas en la persona con la mano y su corte. Y entonces, sólo entonces el dueño de la mano nota que puede curarse por sus propios méritos, que ahora debe luchar contra una falsa acusación, y que todo fue culpa de algún imbécil que dejó tirado un vaso de mierda en el piso. Ahora el vaso desató un caos, y nuevamente a causa de un vaso se generó algo que jamás había existido en ninguna de estas vidas. Y fue justo ahí que yo me pregunté, ¿el frágil siempre fue el vaso, o acaso, siempre lo fuimos nosotros?

Hay una condición en el vaso que lo va a volver vaso y va a procurar que siempre lo siga siendo, el vaso potencialmente puede llegar a cortar, aunque sólo si el vaso llegara a romperse. Lo que pase más allá de la condición potencial del vaso es totalmente incierto, totalmente azaroso, o quizás todo lo contrario (quizás quisieron convencernos de eso toda una vida), quizás seamos puramente nosotros quienes predeterminamos la condición del vaso luego de verlo entero, o verlo destrozado. Es raro pensarlo de esta forma, porque cambiando el objeto no parece tan evidente, es decir, si en vez de un vaso me quedo mirando al fuego, yo jamás diría que lo predetermino una vez que me está quemando, no tenemos tanto valor para jugar con estas cosas, el fuego no es potencial, el fuego va a quemar todas y cada una de las veces, y es aquello lo que no nos permite jugar con él.

No me gusta mucho terminar mis reflexiones con un dejo de verdad, pero es de esta peculiar forma que termino por contarle a Sofía todas mis historias. Cuando algo pasa a ser tangible, pasa a ser real, abandona lo metafórico, cuando algo supera todas esas limitaciones empieza a generar un interés real y nos hace querer preguntarnos otras cosas, ¿por qué había un vaso, por qué alguien lo dejó caer, el vaso terminó por romperse o alguien lo tiró por su propia voluntad? Es por eso, que voy a dejar de hablar de vasos tan distanciadamente y voy a relatar un pequeño encuentro en donde hubo alguno de éstos.

Había dos personas que se estaban consumiendo por última vez, (siempre creí que el fuego sabe cuando está en el último pedacito de vela che, y por eso parece detenerse un poco. Luego de aquel último pedacito se detendrá por completo, desaparecerá en un humo flotante e incierto que pudo haber sido producto de una vela, un fósforo, o una fogata, pero sólo él sabrá con certeza lo que fue y lo que hizo con ello) en un lugar particular donde se habían encendido tantas veces, es irónico, al lado de ellos estaban los recuerdos de tantos días opuestos abrazándolos casi en un consuelo.

Había un bao de melancolía, ironía, amor y odio en aquellos ojos; estaban justo en ese punto que detallé hace un rato, en aquel donde se vencen las limitaciones y se preguntan tantas cosas. Lo cierto es que hubo un vaso, pero, ¿qué pasó después? De aquella no quiero contar demasiado, hay algunas peculiares personas que nunca van a entender uno de estos relatos, pero no las culpo (quizás termino por admirarlas en una noche de tormentas) y no sé si hace falta aclarar que aquella ella es una de éstas personas. Me voy a detener en él, en el que pasó el resto de sus días, el resto de algunos años, mirando una mano ensangrentada con una herida abierta, esperando que aparezca alguna enfermera que lo pudiese suturar (la mano, el corazón, no importaba tanto). Entonces, quiero decir que supe de la existencia de los vasos a esta altura cuando lo vi sentado mirándose aquella mano cortada hace tanto tiempo. Y supe, violentamente, que el vaso roto existió sólo porque él se veía cortado, reí tímidamente pero luego me preocupé, según lo que supe desde su boca, todo se había terminado por su insuficiencia.

En algún otro lado me lo crucé, no tenía reloj pero de alguna forma determiné que fue al mismo tiempo, sentado en una mesa tomando café frente a una mujer hermosa, me detuve a observarlo, a ver detalladamente a qué dedicaba su vida, estiró su mano, bebió aquella agua tan pura que le habían servido en acompañamiento, y cuando ya no quedó una gota, apoyó el vaso. Quiero decir que supe de la existencia de los vasos a esta altura cuando lo vi sentado mirándola a los ojos. Una entre-risa compañera, una canción que les trajo un recuerdo, aquel par de manos de diferentes cuerpos volviéndose una. El vaso existió sólo porque él supo que no necesariamente un vaso cortaba. Según lo que supe de él, no se acordaba siquiera lo que había pasado, y en algún momento en el que habló de ella, terminó por decir que fue muy buena piba.

Para SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora