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Giselle.

No puedo dormir. No puedo dejar de dar vueltas en la cama. Me siento inquieta e incluso observada a pesar de saberme completamente sola en mi habitación.

Un tanto frustrada ante la falta de sueño, me coloco de pie y camino hacia la ventana para correr las cortinas. La luz de la luna se filtra por ellas. Una vez ahí, le echo un vistazo al exterior. Las calles de Hemsworth están desiertas y cubiertas de nieve, algo habitual. Justo en este momento, mientras observa hacia afuera, creo ver a alguien apoyado en la pared del otro lado de la calle, mirando directamente en mi dirección. Sin embargo, la oscuridad espesa de la noche es tal que no me atrevería a apostar nada. Aún así, y un poco paranoica, le coloco el seguro a la ventana y luego corro las cortinas. No me voy a arriesgar a pesar de vivir lo suficientemente alto como para que alguien pueda llegar sin la ayuda de una escalera.

Siento entonces que mi pulso se acelera ante la idea de alguien afuera, observando hacia acá.

Camino de nuevo hacia la cama y tomo asiento, estirándome para encender la luz en la mesita de noche.

Agarro mi teléfono y veo la hora.

1:14 am.

Dejo salir el aliento de manera pesada e intento tranquilizarme un poco.

Me siento completamente cansada, y mis ojos arden, incluso mis párpados se sienten pesados.

Resignada a que por ahora no voy a poder dormir nada, camino hacia mi pequeño librero y agarro el mismo libro que estaba leyendo más temprano, libro que estoy a punto de terminar. Cuando me siento en la cama, con las piernas cruzadas una entre la otra, agarro mi móvil y me meto en la WhatsApp para escribirle a mi madre. La extraño de una manera increíble y, después de mandarle el mensaje, empiezo con mi lectura, lectura que minutos después termino, dejándome un gusto extraño en la boca, ese mismo gusto que te deja un buen libro cuando llegas al final de la historia.

Lo cierro y camino de vuelta a mi librero para iniciar un nuevo libro. Tengo la esperanza de que en cualquier momento el sueño por fin se haga presente y pueda descansar un poco. No obstante, eso nunca pasa y, cuando la alarma de mi teléfono suena, no puedo evitar gruñir.

Estoy agotada. Lo único que espero es no quedarme dormida en ninguna clase.

El reflejo en el espejo me desagrada, las ojeras bajo mis ojos se notan más de lo que deberían, y la trasnochada no se oculta ni con maquillaje. Mi cabello es un caso perdido así que lo rocojo en un moño alto y un poco descuidado.

Cuando estoy a punto de agarrar mi bolso para salir al pasillo, mi teléfono suena, anunciando un nuevo mensaje de WhatsApp.

LAINE: Adivina quién acaba de pescar un resfriado.

YO: Que mal. ¿Te sientes muy mal?

El mensaje rápidamente se pone en azul y, segundos después, me envía una foto seguido de un: Me estoy muriendo.

Y vaya que se ve realmente mal.

LAINE: ¿Tienes tiempo para una videollamada?

YO: Voy.

Agarro mi laptop y me conecto. En segundos, veo el rostro descompuesto de mi mejor amiga.

— Te ves del asco — es lo primero que le digo, bromeando un poco.

Laine sonríe de manera perezosa y se limpia la nariz con un pañito desechable.

— Pues yo estoy enferma, ¿cuál es tu escusa? Porque te ves peor que yo.

Dulce Debilidad © Libro 1 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora