• Control •

57 4 2
                                    

Silas tiró del brazo de Alex, que seguía paralizada y la metió en aquel confesonario en el que tantos pecados había contando a lo largo de su vida. Justo después entró él, cerrando con llave la puerta de este, así como la pequeña ventana que iluminaba débilmente la pequeña estancia.

- ¿Te han dado?- Dijo Alex, con la mirada clavada en la pierna ensangrentada de su acompañante.

Silas no respondió, simplemente se bajó el hábito, tapando por completo la profunda herida.

Pasaban los minutos y se seguían oyendo disparos, gritos y susurros de aquellos que no habían encontrado un buen escondite.

- Quizás tengamos que pasar la noche aquí...- Dijo él.

En esa ocasión fue Alex la que guardó silencio. Silas bajó la mirada, la pierna le dolía de una forma espantosa y eso no le iba a permitir permanecer de pie por mucho tiempo.

"Piensa en otra cosa... Reza una oración y el dolor se irá." Se dijo a si mismo. Pero no servía de nada.

Entonces decidió centrarse en su cuerpo, en todas y cada una de sus arterias, que bombeaban sangre a un ritmo demasiado acelerado. Y luego, se centró en el de Alex.

Hasta ese momento no se había percatado de que ambos cuerpos se presionaban entre sí, debido al pequeño espacio en el que se encontraban. Bajó la cara y se encontró con la de ella, que le miraba preocupada. Sus alientos se chocaban, su mirada se unía a la de ella como nunca antes lo había hecho... Y le gustaba. Le gustaba notar el cuerpo de aquella joven mujer contra el suyo, le gustaba notar su respiración en su pecho y su cabello húmedo rozando en sus transparentes brazos desnudos, llenos de cicatrices.

Instintivamente, dobló la pierna, esperando a notar el ardor que le producía el cilicio al clavarse en su carne. Pero no notó nada, el cilicio ya no existía, y el dolor que le acompañaba se convirtió en un cosquilleo que recorría todo su cuerpo.

- ¿Te encuentras bien?- Le preguntó a la chica, cuya respiración seguía acelerada.

- Mejor que tú sí que estoy...- Respondió, levantando la vista hacia sus ojos rojos de sangre.

Alex se dio la vuelta y consiguió moverse al otro lado del confesonario, dejando a la vista un pequeño taburete de madera, que señaló.

- Sufrir es bueno.- Le respondió él, ente silencios.

- Sufrir es de estúpidos. Siéntate.- Le ordenó ella, señalando el banquito.

No podía discutir en aquel momento, y menos a susurros, así que hizo caso a la muchacha y se sentó.

El espacio se volvió más pequeño, aunque el dolor cesó.

- Siéntate sobre mí.- Le ordenó Silas a Alex, esperando obtener el mismo cosquilleo que hace unos minutos inundaba todo su cuerpo.

- Ni loca.- Le respondió ella de forma cortante, y se puso de espaldas a él.

Silas suspiró y rozó su mano contra los vaqueros ceñidos que llevaba ella. El instinto que tanto había intentado censurar trataba de apoderarse del albino, pero este no iba a dejar que saliera victorioso.

Se clavó las uñas en el brazo, rajándose la piel.

- No me vas a controlar, Satán. Nunca lo lograrás. - Dijo en voz baja, mientras la sangre brotaba de sus venas.

Más allá de su nueva herida, Alex le miraba aterrada.

Ghost.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora