Capítulo 35: Amistad

80.4K 10.5K 1.9K
                                    

—¿Sucedió algo? —pregunta Serina atenta. Estamos sentadas frente a una hermosa fuente que hay cerca de la tienda.

—Al parecer mi familia está teniendo problemas económicos —confieso en voz alta, y el terror se materializa.

—Lo siento mucho... —Serina pone una mano sobre las mías—. Tranquila, esa blusa te la regalo—. Me da un abrazo.

—Gracias... —digo, sonriendo un poco—. No esperaba que esto me cagara el día.

—No tiene por qué hacerlo. —Ella ve hacia el cielo—. Si no puedes controlarlo, o cambiarlo en estos minutos, no dejes que te afecte, o al menos no por el momento. No puedes hacer nada ahora, pero después sí. ¿Entiendes lo que digo?

—Sí, te comprendo. —Una cálida sonrisa se muestra en mi cara.

—Ahora. ¿Vamos por un helado? —sugiere—. ¡Estoy con ansias de comer uno de fresa, esta vez! Tranquila, y sin pena. Yo invito, tú me invitaste muchas veces antes.

Caminamos por el centro comercial, hacia el puesto de helados. El ambiente es siempre fresco, y el gran edificio es de color crema. Hay mucha iluminación y espacios para caminar.

—Quiero uno de fresa, y uno ¿de...? —Ella me voltea a ver.

—Pistacho —respondo.

—Pistacho será. —El heladero ve nuestra amistad y se contagia de la alegría del momento.

Pienso en lo buena que ha sido Serina durante toda mi vida, desde que la conozco. Siempre ha estado en mis momentos críticos, y por eso estaría eternamente agradecida. Además de todo, sabía sobre sus luchas internas, las que había mencionado anteriormente... pero no las comprendía muy bien.

A veces en el colegio molestaban a Serina por ser un tanto distinta, por estar muy preocupada de la nada, o estar triste, o no tener ganas de hablar... pero Sonnet y yo jamás la vimos como alguien diferente. Sabemos que es alguien hermoso, por fuera y por dentro.

Hablamos un rato, hasta que su padre llega para recogerla.

—Te podemos dejar pasando a casa si quieres —dice ella—. Nos queda de camino.

—Me parece bien, gracias. —Él está estacionado en un auto verde. No es muy sonriente, nunca lo ha sido. De cierta manera su mirada me hace sentir juzgada, y sus aires conservadores no son muy amigables que digamos.

—Buenas tardes, Lyra. —Él ve hacia atrás, en donde nos sentamos.

—¿Cómo está? —saludo, acomodándome. Él empieza a manejar.

—Muy bien, por dicha. ¿Cómo les fue? —pregunta. Las luces de los postes se han encendido, es una tarde medio oscura, luego del hermoso día que hizo.

—Muy bien, tenemos ropa nueva —dice Serina, feliz.

—¿Te tomaste los medicamentos de la mañana? —consulta, viendo por el espejo—. Recuerda los de la tarde.

—Sí, gracias... —Él le pasa una botella de agua, y ella saca de su bolso una pastilla. La toma con naturalidad, no es un tema que cause controversia entre nosotras. Sin embargo, he notado la insistencia de parte de él desde hace tiempo. Son realmente estrictos, él y su madre.

Llegamos a mi casa luego de unos minutos. Abro la puerta del auto, y Serina me acompaña hasta la puerta da.

—Nos vemos, gracias —digo a su padre, quien se despide moviendo la mano.

—Si necesitas lo que sea de mí... solo llámame. ¿Sí? Sabes que siempre respondo. —Me da un abrazo.

—Muchas gracias por todo. Claro que sí —concluyo despidiéndome. Ella se mete al auto y se va.

El Desfile Macabro (#1 ¡EN FÍSICO YA!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora