Prólogo

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Vaduz, 2006

Casa de Peach

-Cuenta la leyenda que un anciano que vive en la luna, sale cada noche con hilo rojo en mano y busca entre las almas aquellos que están predestinados a unirse en la tierra, y cuando los encuentra, las ata con él para que no se pierdan...

-¿Y cómo es ese hilo, papá?

Mi papá descansa su espalda en la cabecera de mi cama de princesa, me hago a un lado para darle un poco de espacio. Me cubro con mi sábana de la sirenita Ariel mientras lo veo reajustar sus lentes.

-Es rojo, Peach.

-Sí, papá, eso lo sé. -Recuesto la cabeza en la almohada-. Pero, ¿cómo es su forma?

-Deja que termine de contarte la historia y luego te contestaré... ¿Te parece bien?

Asiento con mucho entusiasmo, entonces mi padre empieza a leer una vez más. Me doy la vuelta, le doy la espalda y lo oigo con atención. Por mi ventana se filtra la luz del farol que alumbra gran parte de mi habitación y de la calle en donde juego.

Es tranquila la noche, cubierta de una sábana negra, polvareda de estrellas y una luna partida a la mitad. Siempre me gusta ver las luces que iluminan la noche, para así descubrir las figuras que se esconden detrás de ellas.

-Este hilo no desaparece y, sin importar el tiempo y la distancia, estará siempre atado. Puede que tardes en conocer a esa persona, o puede que pases mucho tiempo sin verla. También puede ser que viva a una gran distancia. El hilo rojo es infinito y nunca se romperá, hasta que esas dos personas se encuentren.

Mi padre toca mi hombro para preguntarme si me quedé dormida, aprieto los ojos y lucho con la burbuja de risas que me suben desde el pecho. Me gusta hacerle creer que me quedo en el mundo de los sueños sin ser cierto.

-Oh, qué pena, Peach. -Lo escucho cerrar el libro-. Te iba a contestar la pregunta.

-Papá -lo llamo con voz seria y fuerte. Me giro para aferrarme a él para que no se escape-, me muero de curiosidad.

Suspira, mueve los labios de un lado a otro. Eso él lo hace cuando tiene que pensar mucho. Y no entiendo por qué, mi pregunta no es para nada difícil.

-Paciencia, princesa de mi corazón. -Con la punta de su dedo toca mi nariz, eso me saca una sonrisa-. Estaba pensando en una descripción que pudieras entender.

-Yo lo entiendo todo, papá, soy una niña muy inteligente.

-Lo sé, mi princesa.

Me acurruca en su pecho; amo sus abrazos y más cuando me susurra al oído que soy la niña más bonita que ha visto en su vida.

-Ese hilo es invisible a nuestros ojos, Peach, la única manera de saber que existe, es sentirlo en el corazón. Es... como la música que escuchas, no puedes verla, pero su poder te lleva a lugares inexplorados y fascinantes en donde tu imaginación se funde con tu realidad. En algún lugar del mundo estará la persona que toque para ti las partituras más hermosas que puedas contemplar, y solo así tu sonata de hilos rojos empezará a sonar.

-¡¿De verdad?! -Me siento de golpe en la cama, por completo emocionada.

-¡Claro que sí! -Mi papá deposita un sonoro beso en mi frente-. Pero ya es hora de dormir, Peach, y todos conocemos a una dormilona que le cuesta levantarse temprano en las mañanas.

Termina de arroparme, vuelve a besarme antes de apagar la luz de mi habitación. Mi corazón salta de emoción, en algún lugar del mundo estará la persona que tenga en su mano nuestro hilo rojo entrelazado con hermosas melodías hechas solo para mí.

Soldat Donde viven las historias. Descúbrelo ahora