✨Capítulo 25✨

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Cuando Rebecca Collins escuchó los suaves golpes en su puerta, de alguna manera supo de quién se trataba, pues era de noche y además el único que podía ir a verla a esas horas era Allen. El cuerpo se lo avisó o alguna extraña conexión lo hizo, pero no dudo en abrir la puerta. Ella también lo estaba esperando.

Y no se equivocó.

Era Allen.

Verlo con esa hambre en sus ojos la derritió.

Todo él era maravilloso. Su mirada de volcán ardiente la descolocó. Parecía que había encontrado la comparación perfecta: Allen era un peligroso volcán apagado que en cualquier momento podía hacer erupción. Y terminar por estallar en sus labios.

Los brazos de Becca lo recibieron con fervor. La sangre le hervía bajo la piel y sin duda sus cuerpos se sincronizaban como si fueran un solo instrumento. Becca se dejó apretar en sus brazos y despacio los dos encontraron el camino hacia la cama. Como el primer encuentro, ese choque estuvo lleno de gemidos guturales, pasión ardiente y un sentimiento cálido que se dibujó al verse las pupilas mientras se amaban.

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Becca movió el brazo y descubrió el pecho desnudo de su inquilino. Abrió los ojos con sorpresa y emoción contenida al saber que Allen no se había marchado a media noche. Con satisfacción, lo observó dormir. Le gustó ver su rostro relajado. Sus dedos querían acariciarlo, pero se contuvo, pues no quería despertarlo.

Tenía ganas de tomarle una fotografía. Allen era estúpidamente bello mientras dormía. Con la expresión más tranquila que le había visto se perdió varios minutos en su rostro. Le gustaría que más a menudo, y sobre todo al estar despierto, Allen mostrara ese grado de sosiego en su rostro.

Porque siempre, siempre tenía una sombra de dolor, de tristeza oculta en sus ojos. Allen tenía el alma herida y era en realidad mucho más frágil de lo que aparentaba.

Una sonrisa se extendió en sus labios al saberse afortunada por encontrarlo en su camino. Tal vez ese era el motivo de su llegada a Nueva Orleans: curar las heridas de Allen, y las propias también.

Motivada por la idea, se levantó de la cama con sigilo —antes tomó sus medicamentos, se aseó la boca y el rostro— y fue a sentarse en su pequeño escritorio donde solía hacer todos sus trabajos. Abrió el documento del borrador de su tesis y comenzó a trabajar en ello. Era un arduo trabajo, pero lo disfrutaba.

Estaba tan ensimismada en su investigación que no se percató del gemido de asombro del chico con el que había tenido sexo. Guardó el avance en su documento y se dio la vuelta para mirar al muchacho. Allen parecía confundido cuando se levantó de la cama con los pantalones torpemente puestos y con la playera en el brazo.

Tenía una mano en la cabeza y la miraba incrédulo, y un poco turbado.

—¿Dormí contigo? —preguntó con voz queda, casi temerosa.

Becca rio para sus adentros, actuaba como si acabara de cometer algún delito al dormirse con ella. Asintió con una sonrisa de complacencia.

—Al parecer sí, dormiste conmigo —lo dijo con satisfacción.

Allen sacudió la cabeza y avanzó hacia la puerta.

—Demonios, tengo que ducharme —balbuceó hasta que llegó a la puerta y salió casi trastabillando.

Becca rio entre dientes y sacudió la cabeza.

Con una media sonrisa en los labios abrió un archivo nuevo para comenzar a crear una lista. Presentía que Allen abriría poco a poco las puertas de su corazón. Y eso le emocionaba, no podía negarlo. Con el documento en blanco, tecleó: cosas para hacer sonreír a Allen.

Heridas Profundas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora