✨Capítulo 32✨

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Rebecca se pasó el peine por su espesa melena mientras miraba en el espejo su reflejo. Pensaba en todo lo que había pasado el día anterior. Casi no había podido dormir, las ojeras de sus ojos y la expresión cansada de su rostro lo delataban. Sin maquillarse, tomó una pequeña liga del cajón superior y ató su cabello en una coleta alta de caballo. Miró la hora en el reloj de su muñeca y soltó un suspiro, se había levantado demasiado temprano. Pero no quería quedarse allí, en su departamento, cuando todas las paredes hacían eco de lo sucedido. Por el rabillo del ojo miró el dibujo que Allen le había hecho, estaba encima de la cómoda.

Se acercó y lo observó a detalle. En ese dibujo se miraba alegre, con una sonrisa en los labios y los ojos felices. Una lágrima se desbordó por su mejilla y se perdió en el mentón. No podía terminarse todo, aún no, no cuando apenas comenzaba, no cuando ella tenía la única y sola oportunidad de ser feliz. Apretó los labios e intentó desvanecer el nudo en su garganta. Debía hablar con Allen y arreglar las cosas, y él debía escucharla.

Lo mejor que le había pasado en la vida no podía terminar de esa manera. Respiró profundo y un zumbido en la bolsa derecha de su pantalón la sacó de sus cavilaciones. Tomó el móvil y sintió un escalofrío repentino al leer el mensaje.

Finalmente, había llegado el momento.

Ya tenía un corazón donante.

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Allen llegó el lunes por el atardecer a Nueva Orleans después de haber pasado la noche en Mandeville. Aún tenía los ojos cansados de tanto insomnio. Aún no entendía cómo podía cambiar la vida cuando existía necesidad de una persona, de mirar unos ojos, de escuchar una voz y de besar ciertos labios. No entendía qué tipo de droga era la que emanaba de esa chica, pero bastaba para que no saliera nunca de su pensamiento.

Una noche lejos de su cuerpo y su piel ya reclamaba sus caricias. Sus sueños la traían de vuelta a él sin que pudiera hacer nada para impedirlo. ¿Qué clase de hechicería había utilizado Rebecca para atarlo a ella de esa manera? ¿Con esa jodida necesidad?

No sabía exactamente qué haría, solo que no podría vivir sin ella. Estaba en un dilema, entre su mente y corazón. Entre su pasado y el futuro. Con esos pensamientos subió a la cuarta planta en ascensor y no se sorprendió por ver cerrada la puerta del departamento de Rebecca. Seguramente estaba en la universidad.

Entró a su departamento para tomar las cosas necesarias y dirigirse a la facultad aunque solo alcanzara a tomar la última clase, no obstante, el verdadero motivo que lo animaba a ir no era precisamente ese, la verdad era que ansiaba verla. Y sus nervios estaban a flor de piel. No sabía cómo reaccionaría cuando la viera. Tenía miedo de que sus fuerzas de voluntad no fueran suficientes como para no besarla, para no acariciarla con la mirada.

Sin embargo, cuando se encontró con el dueño del edificio, supo que algo había pasado. Lo leyó en su mirada. Se acercó y el anciano se aclaró la garganta.

—¿La buscabas? Pensé que ya lo sabías.

Allen frunció el ceño.

¿De qué hablaba?

—¿Saber qué?

El viejo negó con evidente pesar.

—Rebecca está enferma, y justo hoy ha llegado el día tan esperado para ella. No puedo hacer nada, pero solo espero que todo salga bien y no ocurra una desgracia. Le di mi bendición cuando salió de aquí.

Su corazón se aceleró.

Todo le dio vueltas.

No, nada de eso podía ser verdad.

—No entiendo nada. ¿Me puede explicar qué pasa? —imploró mientras trataba de mantener la compostura.

Comenzó a temblar.

—Le harán un trasplante de corazón, de hecho, ya estaba en estudios y en lista de espera. Pensé que al ser vecinos y al parecer amigos, lo sabrías.

Parecía una realidad alterna. El anciano acomodó sus anteojos y sacó un pequeño papel que tenía doblado en la bolsa de su camisa. Se lo tendió y a duras penas pudo tomarlo.

—Ella me dejó esto para ti, en caso de que preguntaras.

Leyó el escrito y el corazón se le detuvo por un segundo.

Era el nombre de un hospital.

En ese instante llegaron a su mente todos aquellos pequeños detalles que había pasado por alto y los cabos se conectaron en su mente. También recordó las últimas palabras que le había dicho y sintió cómo el fuego del remordimiento comenzó a crear oleadas de dolor en todo su ser. Una vez más, lo había destruido todo.

Si algo le pasaba a Becca, no podría perdonárselo jamás.


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