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Disfruten de la Yeticonda.

Disfruten de la Yeticonda

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Chase.

Miro a la chica que me devuelve la mirada desde la cama y el corazón se me acelera un poco más.

Joder, que nervioso estoy.

No sé qué hacer ahora, así que solo me dedico a sostenerle la mirada, en espera de algún indicio que me haga saber qué cosa quiere o qué debo hacer.

Entonces veo como la comisura de sus labios se curvan hacia arriba en una sonrisa tímida que no dudo en responder. Sin embargo, tengo la ligera sospecha que el gesto me ha salido más como una mueca extraña que cualquier otra cosa.

Y mientras la veo ahí, sentada sobre la cama, con su cabello ligeramente despeinado y la respiración un tanto acelerada, no puedo evitar pensar en lo hermosa que es y en lo afortunado que soy por tenerla en mi vida.

No sé cuánto tiempo pasa, pero no hacemos más que mirarnos. Entonces, Giselle se parte a reír. Mi ceño se frunce. No sé qué se le hace tan gracioso pero su risa se me contagia y en cuestión de segundos ya no podemos parar. Su rostro se pone rojo y se cubre los cachetes con las manos.

No puedo evitarlo y un deseo sobrenatural de besarla me asalta.

No dejamos de observarnos mientras soy yo el que se arma de valor para dar el primer paso para acortar la distancia entre nosotros. Una vez que estoy cerca de ella estiro mi mano en su dirección. Giselle no duda y, cuando la tengo de pie frente a mí, ahueco su rostro y pego mi frente a la de ella

— ¿Estás segura de querer hacer esto, Giselle? — Pregunto sin dejar de mirarla a los ojos — Porque yo puedo esperarte todo el tiempo que necesites. Yo… no te estoy presionando para hacer esto, ¿lo sabes, verdad? — Pregunto solo porque necesito tener la seguridad de que ella lo tiene claro antes de hacer cualquier cosa.

No quiero que se sienta presionada. No quiero que luego se arrepienta. Quiero que todo pase a su propio ritmo y cuando ella lo desee.

Ella se muerde el labio inferior, pero termina asintiendo.

— Yo deseo esto, Chase — habla bajito, pero parece segura —, y lo deseo mucho. Muchísimo.

Me pasa las manos por el cabello, alejándolo de mi frente, y luego lo empuña.

— ¿Tú estás seguro? — Me pregunta a cambio, y ni siquiera espera una respuesta de mi parte cuando ella sigue hablando —: Porque si no quieres hacerlo no hay problema. No puedo evitar sentirme como una especie de… bruja que quiere robarte la virginidad.

Ante sus palabras no puedo evitar echarme a reír.

— Yo también deseo esto, Giselle, y lo deseo mucho.

Dulce Debilidad © Libro 1 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora