✨Capítulo 33✨

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No tuvo que esperar demasiado tiempo para comprobarlo todo con sus propios ojos. Lo que había dicho el anciano Benjamín era real. No era producto de una alucinación.

Cuando llegó al hospital sintió su mundo colapsar en mil pedazos. No vio a los padres de Becca por ningún lado, solo a tres de sus amigos. De inmediato reconoció a Ryan, el rubio que no le agradaba para nada. Estaban ahí, sentados en silencio. ¿Por qué todos estaban enterados menos él?

Se acercó a Ryan y lo tomó de la camisa con fuerza, tal vez con demasiada.

—Tú lo sabes, dime lo que le pasa a Rebecca. ¡Dímelo ahora!

—¿Nunca te lo dijo?

—¿Decirme qué? —preguntó Allen con ansiedad, casi perdía los estribos.

—Esto iba a suceder en algún momento.

—¿Cómo lo sabías?

—Soy su mejor amigo del instituto, es obvio que lo sé. Pero tú... ¿acaso no eres su novio o algo parecido?

Allen lo soltó y se alejó de él con consternación. Los rostros de sus amigos eran de preocupación y ansiedad, pero no perdería tiempo con ellos. Tenía que saber lo que sucedía exactamente. ¿Por qué Becca nunca se lo había dicho? ¿Por qué si era algo tan importante y delicado? Algo de lo que dependía su propia vida... y la de él.

Ella debía estar bien.

Ella no se podía ir.

Allen buscó por todo el hospital hasta que encontró a la madre de Becca y a varios de sus familiares que no conocía. No tuvo que rogar para que su madre le explicara la situación a detalle. La pobre mujer lo había hecho entre lágrimas.

Entonces entendió todo. Si aún era posible, se le rompió un poco más el alma. Por Becca, por esa mujer, por ese padre que había amado tanto a su hija que estaba dispuesto a sacrificarse por ella antes de que fuera demasiado tarde. Sin saberlo, Becca había llegado al hospital para recibir el corazón de su padre. Fue inevitable sentirse devastado, acalambrado, casi anestesiado porque el dolor era demasiado.

Becca había nacido con un defecto en el corazón que le detectaron cuando recién cumplió catorce años. Desde entonces, había pasado por varios tratamientos, pero estos no funcionaban a largo plazo.

Su única esperanza para poner fin a su problema era encontrar un corazón nuevo, compatible y dispuesto a latir en su pecho. Y después de tanta espera ante la poca probabilidad de encontrar un donante compatible, su padre había tomado la decisión desde hacía un par de meses. Los estudios habían arrojado que él podía ser un buen candidato. Pero nada estaba garantizado.

Su vida se debatiría en las próximas horas.

Y él ni siquiera podía entrar a verla, ni una sola vez. Solo si salía de esa cirugía con éxito podría volver a verla. Si algo salía mal... jamás podría volver a mirar sus ojos cálidos; a escuchar su voz y el sonido de su risa; estudiar el gesto que siempre hacía cuando se concentraba en sus proyectos, o la sonrisa que le dedicaba luego de haber hecho el amor...

Las llamas del tormento barrieron toda su mente a cada segundo.

Estaba colapsando.

Allen se alejó de todo y llegó hasta una de las aceras del estacionamiento. Y entonces lloró, con lágrimas reales y vivas. No supo en qué instante de sus sollozos fue, pero la mano de Sam —le había llamado de urgencia— lo ayudó a levantarse.

Rebecca debía vivir, ella más que nadie debía vivir. ¿Por qué nunca le había dicho lo que padecía? ¿Por qué lo había ocultado? ¿Acaso planeaba marcharse sin más? ¿Abandonarlo para siempre? Eso era... egoísta. ¿Acaso consideraba que él podría vivir sin ella?

Recordó su último encuentro y sintió un escalofrío. No, la vida no podía castigarlo tanto. Era demasiado, algo imposible. Las lágrimas se amontonaron en sus ojos y las dejó caer, amargas y angustiosas.

Allen enterró la cabeza entre las rodillas y se llevó las manos a la nuca. Esa noche se decidiría el destino de Becca. Y también su propio destino. Porque si ella no sobrevivía ya no quedaría ninguna otra razón para seguir con vida.

No, no podría seguir sin ella. No podría soportar otro golpe de esa magnitud. Las lágrimas bañaban su alma. ¿Qué mal había hecho parar merecer tanto dolor?

Antes de salir al exterior, la madre de Becca le había entregado un sobre. Un sobre de parte de Becca. Se dejó caer en la acera y lo abrió con los dedos trémulos.

Allen.

No sabía cómo decirte esto...

Yo me acerqué a ti, en primera instancia, porque vi el tormento en tus ojos, porque sabía que tú sufrías y porque anhelaba ver alegría en tu rostro. No me preguntes por qué, solo nació el deseo en mí. Y te lo repito, jamás fue por lástima, porque yo sentí que me robaste la vida desde el primer momento en que me miraste... Un día, cuando te ibas en tu motocicleta, se te cayó algo sin que te dieras cuenta.

Pero todo eso no es lo que quiero decirte... Aunque tal vez lo hago para que lo entiendas, para que puedas perdonarme, para que sepas que no tuve otra opción desde que te vi...

Antes que nada, tienes que saber que no me arrepiento de haberme arriesgado por ti para hacerte feliz, para devolver la vida a tu mirada, para que salieras de ese pozo oscuro donde estabas sumergido. No me arrepiento y nunca lo haré. Porque has hecho de mi corta vida, de estos meses, los mejores de mi vida. Y lamento el día en que —si así acabo mi destino— ya no pueda estar contigo.

Cuando leas esta carta yo ya estaré en el hospital y no podrás verme. Y seguramente también sabrás por qué me encuentro aquí. Y qué harán con mi corazón.

Por favor, Allen, perdóname por hasta ahora decirte esto. Pero no quería arruinar tu felicidad cuando logré que vivieras un poco de verdad. No sé hasta cuándo podré estar contigo, si es que todo sale bien.

Espero que sí, porque quiero volver a mirar tus ojos.

Solo por eso voy a luchar.

Lo prometo.

Allen soltó la carta y se llevó las manos al rostro para no revelar las lágrimas que corrían por sus mejillas. La fe en su interior estaba más firme que nunca, ella tenía que salir bien de esa cirugía.

Ella tenía que vivir.

No había otra opción posible.

—Becca, no puedes dejarme —susurró con el alma afligida—. Porque yo no puedo vivir sin tu luz. —Bajó la mirada y se perdió en la oscuridad.

Después se sumió en un terrible silencio.


***

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