CAPÍTULO 10

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  Sin embargo, la luz roja de la sala contigua al pasillo, en el Centro de Investigaciones, continuaba encendida. Aquella luz indicaba que la Humanidad se encontraba en peligro de extinción, ya sea por una amenaza proveniente del espacio exterior, o por una anomalía ocurrida en nuestro propio planeta. Aquella luz era controlada desde diferentes lugares: La Nasa, los centros de investigación de Cambridge, de Oslo, la base de lanzamiento de Estocolmo, este mismo centro de investigación en donde yo me encontraba. Desde alguno de estos lugares, alguien había considerado que esa luz roja debía permanecer encendida. Había comenzado a iluminar el pasillo del Centro poco antes de que el coronel irrumpiera en esta sala. Nunca antes, en este lugar, la habíamos visto encenderse. En el caso de que la viéramos prendida, debíamos permanecer dentro del Centro, sin salir a las calles, ni siquiera a los patios laterales del Centro. Quizá la vieron encenderse, hace más de 50 años, los ingenieros que nos precedieron en este lugar cuando el asteroide Hamilton pasó a 7000 kilómetros de la Tierra y el equipo de investigación de la Nasa creyó que iba a impactar contra ella. Pero estoy seguro de que nadie, ni antes ni después de ese día, vio esa luz resplandeciendo en la pared exterior de la sala continua al pasillo, sala destinada, exclusivamente, a la conservación de todos los elementos necesarios para enfrentar cualquier tipo de situación catastrófica(máscaras de oxígeno, víveres,etc.). Cuando la luz se enciende, la compuerta de esa sala queda destrabada y cualquiera puede abrirla fácilmente, simplemente tomando la ranura que hay en su parte central y desplazándola hacia la izquierda. Pero si la luz está apagada, es imposible mover esa compuerta.


Hercólubus, el destructorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora