Alejandra

1.3K 200 89
                                    

Wrathly

Unos fuertes y decididos pasos, que resuenan en el pasillo, me presagian calamidades. EL sonido del manubrio al ser girado, añadiendo el estruendoso portazo, me confirma que mi madre está aquí.

—Wrathly. —Percibo en su tono de voz un cabreo gigante—. ¿Puedes explicarme por qué tu maestro se fue bastante molesto contigo?

Suelto una risa seca y me rasco la cabeza. En mis pocos años de vida he aprendido que con mi madre hay que sabérselas jugar. Si le digo que no sé de qué habla o que mi maestro exagera, apuesto que me dirá: «Conmigo no te hagas el listo, ¿por qué crees que él exagera?».

Y si le respondo que es porque he fallado en las prácticas, me preguntará: «¿A qué crees qué se deba eso?». Y puedo darme por muerto si le contesto que no puedo concentrarme, porque juro por Dios que me dirá que es por durar tanto hablando por Skype. Escucho el chirrido de una silla al ser arrastrada, eso significa que en estos momentos tendré una conversación larga y extensa con ella. Me incomoda hasta cierto punto, amo a mi madre, pero ella es imponente y eso saca lo mejor de mí.

Su rodilla roza la mía, así que sé que está delante de mí. Hace una serie de exhalaciones, tal vez trata de tranquilizarse para no saltar sobre su único hijo y estrangularlo.

—Wrathly, creo que ya estás un poco grandecito para que te prohíbas cosas —gruñe—, pero surgen ciertas situaciones en la que tu propio hijo te deja sin opciones, y uno se ve en la terrible situación de utilizar la fuerza.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Pegarme? —gorjeo.

Mi madre golpea mi cabeza en respuesta, llevo mi mano a la parte de la zona afectada que ahora me late de dolor.

—Cuida ese tonito conmigo —me advierte entre dientes—. Te recuerdo que fui yo la que te parí.

—Yo no te pedí nacer —resoplo más por el orgullo herido que por otra cosa, y para enfatizar mi punto, me encojo los hombros.

—No uses la oración del desagradecido conmigo, Wrathly. —Suelta una risa seca—. Y aun si no lo hubieras pedido, bastante que te has beneficiado, al igual que tu noviecita de Liechtenstein.

Suelto un bufido de fastidio.

—Su nombre es Peach, mamá. Y por el momento, nos estamos conociendo.

—¿Ella se llama como tu perra? —jadea, sorprendida.

—Es una coincidencia, tienen el mismo nombre. —Me rasco el mentón—. Peach es un amor.

—¿Quién? ¿La chica o tu perra?

—¡Mamá! ¿De verdad estamos teniendo esta conversación? —Aprieto los dientes.

—La conversación que estamos teniendo tú y yo, ahora es que tu "amiga" Peach, está interfiriendo con tus clases y con tu salud. —Inhala hondo—. Wrathly, he sido más que compresiva contigo. Esa amiga, novia o lo que sea, se termina aquí y ahora.

—Tú no puedes decirme eso, mamá —mascullo tan molesto, que me cuesta respirar.

—¡Claro que puedo, soy tu madre! —Corta como un cirujano—. Para situaciones delicadas, soluciones extremas.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Encerrarme? —Me empieza a palpitar la cabeza del coraje—. ¿O vas a quitarme mis dispositivos electrónicos?

—¡Wrathly! Bájame ese tonito si no deseas recoger todos tus dientes del piso.

Me vale un cuerno.

—Ya no soy un niño para que me digas lo que tengo que hacer —grito, enfadado—. Yo puedo hablar con quien quiera, a la hora que quiera y cuando quiera, mamá.

Soldat Donde viven las historias. Descúbrelo ahora