Capítulo 13

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—No juegues, Sebastian ¿precisamente ahora se te ocurre suicidarte en la piscina? 

—¡Miauu! 

—Sí, ya sé, te resbalaste, no me grites.  

Trataba de secarlo con una toalla. El agua en la piscina estaba tan fría que se podía patinar en ella, pero Sebastian tenía los músculos tan duros que la perforó y ahora estaba temblando sobre el regazo de Ginger. 

Miró por encima de su hombro hacia el reloj de la pared. 

—Maldición, se me hace tarde. 

—Miau. 

—Sí, será mejor que te deje y me vaya de una vez —dijo Ginger adivinando lo que él quería decir, pero en realidad, lo que Sebastian estaba diciendo era que tenía muchísima hambre de leche.

 Ginger, inconscientemente, le dio un besito entre las orejas, tomó su mochila y salió corriendo.

 Sebastian se sentó en el alféizar de la ventana y la vio gesticular una maldición al tropezarse con una minúscula piedra. 

Muy bien, ahora estaba solo, solito con su alma. Miró hacia la puerta...Bueno, salvo por el horroroso Honey rasguñando la puerta. Y además, había dejado su ropa flotando en la piscina. Oh, diablos, tendría que ponerse un vestido cuando cambiara de nuevo.

 Oh, diablos, tendría que ponerse un vestido cuando cambiara de nuevo

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Tarde. Muy tarde. ¡Tardísimo! 

El retraso de Ginger estaba muy lejos de ser considerado elegante y todavía le faltaba una cuadra. 

Iba medio corriendo, medio zigzagueando entre las personas y los comerciantes que abrían sus boutiques. En más de una ocasión tuvo que disculparse sin voltear a ver quién había sido la víctima de sus empujones, hasta que dobló en la esquina y chocó contra el duro pecho de un hombre. 

El impacto la hizo rebotar hacia atrás, enchuecándole los lentes. El hombre cerró los dedos sobre su brazo con firmeza para evitar que se terminara de caer. 

—¿Estás bien? 

Una campanita de reconocimiento resonó en el cerebro de Ginger. Esa voz... 

—Oh... —le miró el rostro de hito en hito con ojos muy abiertos. 

No podía ser, pero el hombre que era igual a Sebastian la miraba con interrogativos ojos, esos ojos tan azules... 

Ella no pudo evitar sonrojarse y bajar la mirada a sus zapatos. Miró los fuertes dedos de él alrededor de su brazo. El hombre siguió su mirada y apartó lentamente la mano. 

Ginger no soportaba verlo a la cara, pero de todas formas lo hizo, con mucho cuidado y descubrió que él la seguía observando. 

—Estoy bien —logró tartamudear. 

Él exhaló el aire que había estado conteniendo y su expresión se relajó hasta formar una lenta sonrisa. 

—Menos mal, espero no sacarle moretón. 

Lo que todo gato quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora