Nunca revueltos pero siempre juntos.

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—¡Peach, por Dios, fíjate bien!

Una Lynn hastiada de mí poca precisión, me reprocha al ver mi trabajo. Arruga su nariz, eso me indica su claro repudio.

—¿Cómo es posible que no sepas aplicar bien un barniz para uñas? —Gira sus ojos como si fuera una endemoniada—. Eso no tiene ninguna ciencia oculta, es solo aplicar la pintura en la uña, no en la piel.

—Aún no he terminado, princesa —le digo un poco irritada—. Mantente en calma, y confía en mí.

Achico la mirada e intento una vez más aplicar el color en su uña. Mi día de mimos entre amigas se me está yendo de las manos. Veo el trabajo que Lynn le ha hecho a mis uñas, están perfectas, como casi todo lo que ella hace.

El punto es que, no es perfecta, pero sí es aplicada en lo que hace. Fiel a su lema, «o lo haces bien o no lo hagas», muy al contrario del mío que es: «hazlo como te salga».

Estoy por creer que tiene razón al decirme que ni siquiera a las pezuñas de una yegua soy capaz de aplicarle bien el barniz de uñas. O será, tal vez, a las tantas indicaciones que me dio antes de comenzar. «¿Te aseguraste de haber eliminado todo resto del esmalte anterior?», «¿aplicaste la base coat antes de empezar?», «sabes bien lo que estás haciendo», «recuerda, debes de empezar por el centro e ir esparciéndolo por toda la uña», «no empapes el bastoncito de algodón».

En más de una ocasión, tuve que refrenar los deseos que sentía de morderle el dedo gordo del pie. Hago un esfuerzo sobrehumano para no correr a tomar mi Laptop para llamar al malagradecido de Wrathly. Me he sentido bastante mal desde la última vez que hablamos o, mejor dicho, discutimos por la víbora roja de su queridísima amiga, Mady. Su amiga del alma, la santa que no rompe un plato, la candidata al premio nobel de la paz, la ridícula con cuerpo de sirena... uno que no tengo o tendré.

A partir de allí, he pasado por diferentes estados de ánimo, desde desilusión a depresión. De desesperación a melancolía. También me siento un poco ultrajada con la visión del amor que me vendieron desde niña, estar enamorada no es del todo color de rosas y algodón. Es tratar de congeniar, a pesar de las imperfecciones de tu pareja, y en verdad que eso no es nada fácil. Sin embargo, mi resistencia a no querer tragarme el papelito que le tiene montado la Mady a Wrathly, no es razón para que dejara de hablarme. Si tuviera el más mínimo deseo de saber de mí, me enviaría un mensaje de voz, mas no, el muy sinvergüenza está como si se lo hubiera tragado la tierra.

—¡Peach! —me grita Lynn—. ¡Mira lo que has hecho!

—¿Eh?

Es verdad que ella hoy se levantó demasiado dramática. Levanto la cabeza para mirarla a los ojos, pero me arrebata el esmalte.

—Se supone que debes de pintarme las uñas, no el pie. —Me fulmina con la mirada y levanta sus manos de forma frenética—. Si no me quejo, terminarías pintándome la pierna. ¿Qué te pasa? —Nos vemos por unos segundos, hasta que la cara de Lynn se le ilumina y me pregunta—: ¿Estás así por Wrathly?

—Mi vida no gira en torno a él —contesto, ofendida. Abro bien mis orbes y la contemplo con furia—. No entiendo por qué desde hace un tiempo para acá, todo lo que me pasa tiene que estar relacionado con él. Tengo otros asuntos más importantes por preocuparme.

—¿Y cuáles son esos asuntos? —Me da una ojeada de incredulidad.

Abro la boca y la cierro, luego pongo los ojos en blanco.

—Me sorprende que sea mi mejor y única amiga que me haga esa pregunta —me defiendo.

Profundiza el ceño fruncido y las arrugas de la frente. Asombrada, sacudo mi cabeza al darme cuenta de que espera que le diga algo más.

Soldat Donde viven las historias. Descúbrelo ahora