Capítulo 17

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Loren Vanderbilt echó un tuerto vistazo por la mirilla de la puerta principal; al otro lado había un hombre alto; estaba de espaldas y no pudo verle más que la brillante oscuridad azabache de su cabello. 

Abrió la puerta lo justo para asomar un costado de la cara. 

—¿Sí? —dijo colocándose un pendiente en la oreja. 

Él se dio la vuelta al tiempo que esbozaba una lenta y encantadora sonrisa. 

No era un hombre, era un joven bastante apuesto, bien vestido y que, desde ahí, podía percibir que tenía un olor increíble. Loren no pudo evitar devolverle la sonrisa. 

—Buenos días —sacó la margarita que ocultaba tras la espalda y se la ofreció—, señora Vanderbilt. 

—¡Oh! —se atrevió a abrir más la puerta, aceptó la flor y se llevó la otra mano a la mejilla— Gracias, que encantador. Levantó la mirada hacía él encontrándose con sus ojos azul turquesa. Se quedó quieta un momento, tenía la vaga sensación de haberlo visto antes. —¿Nos conocemos? Me parece... haberte visto en algún lugar —entornó los ojos y se dio golpecitos en la barbilla. 

—¡Hey! Tu eres el chico que llevó a Gin al hospital el día de la fiesta Rock and roll ¿no? ¡Hola, chico! —apareció de repente Derek Vanderbilt, esbozando una agradable sonrisa y deslizando un brazo sobre los hombros de su mujer.

Los ojos de Loren se abrieron de par en par antes de barrer despectivamente a Sebastian con la mirada. ¿Qué diablos tenía aquella mujer en su contra? 

Se esforzó por mantener el tono cordial y extendió la mano hacia su suegro. 

—Sebastian Gellar, señor —se presentó y estrecharon las manos en un cálido apretón...pero no se pudo decir lo mismo de su suegrita, quien le estrechó la mano con aprensión. 

—Espera, ¿Gellar dijiste? —preguntó Derek con una larga sonrisa que le estiraba el bigote sobre el labio superior— ¿Hijo de Gregory Gellar? —Sebastian asintió y luego Derek soltó una breve carcajada— ¡Ja! Tu padre y yo fuimos grandes amigos en la secundaria —se inclinó hacia adelante, en un gesto confidencial—. El viejo todavía me debe cinco libras, pero en fin —agitó una mano para quitarle importancia al asunto— ¿Qué te trae por aquí? 

Sebastian sonrió con inocencia encogiéndose de hombros. 

—Vine a llevar a mi novia a la escuela —señaló con el pulgar por encima de su hombro al flamante Lamborghini rojo estacionado enfrente. 

Los Vanderbilt tenían esa cara de incrédulos, así que se obligó a ser un poco más específico. 

—...o sea, Ginger. 

El bigote de Derek se escurrió cuando su sonrisa murió bruscamente y Loren compuso una mueca de desdén. 

—Tu novia... —ambos voltearon hacia las escaleras, inhalaron una gran bocanada de aire y dijeron al unísono—: ¡GINGER! 

—¡Qué pasa! —se escuchó su voz amortiguada desde el segundo piso, provocando que a Sebastian se le detuviera el corazón.

Se escuchó una puerta abrirse y cerrarse con fuerza, pisadas toscas de dinosaurio bajando las escaleras y una Ginger agitada, con la toalla enredada en la cabeza. Algunos mechones oscurecidos por la ducha se le escapaban en las sienes. 

—¿Qué pasa? —repitió mirando las caras raras de sus padres. 

Apuntaron hacia la puerta, hacia afuera y Ginger sufrió una parálisis al ver a Sebastian. 

Sus miradas se cruzaron. 

Y luego él sonrió. 

Cuando sonreía de esa manera, sus ojos se entrecerraban, adquiriendo una capa doble de brillo. Y es que ni siquiera se fijó en lo desarreglada que estaba. Sabía con certeza que, aunque tuviera la cara escurriendo en moco de gorila, a sus ojos sería hermosa. Ya lo traía bastante loco como para pensar lo contrario y en ese momento, solo el hecho de tenerla enfrente hacía que sintiera el corazón retumbando en los oídos. 

Lo que todo gato quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora